El
proyecto político de la Sociedad del Monte Peregrino:
Distopía
y violencia neoliberal
Pablo Dávalos
A fines de
junio de 2013 se reunió en las islas ecuatorianas de Galápagos la Sociedad del Monte Peregrino (The Mont Pelerin Society)[1].
Con un élan parecido al de una secta
y con una tendencia a considerarla como parte de una teoría de la conspiración,
es difícil entender lo que pasa en el mundo sin saber qué y cuál es el proyecto
real de la Sociedad del Monte Peregrino.
Su mentor, artífice y creador fue el economista austríaco Friedrich Hayek,
“premio Nobel” de economía en 1974 y su Presidente desde su fundación en el año
1947 hasta 1964. Esta Sociedad ha
sido el centro gravitatorio de toda la gran transformación neoliberal del mundo
desde los años cuarenta del siglo XX hasta nuestros días.
La Sociedad del Monte Peregrino se
constituyó la primera semana de abril del año 1947 en la localidad Mont
Pélerin, en Suiza, con 38 invitados. Su antecedente más importante fue el Coloquio Walter Lippman realizado en
París en 1939. La preocupación central de este Coloquio fue la crisis del pensamiento liberal ante el avance de
las ideas socialistas y los resultados económicos de la planificación
económica. En efecto, los liberales se sentían desarmados ante la capacidad
analítica y teórica que provenía desde el discurso del socialismo y la forma
por la cual este discurso y su promesa utópica prendían en las organizaciones
de trabajadores en prácticamente todo el mundo y conquistaba cada vez más a los
intelectuales, filósofos, periodistas y académicos.
La hegemonía del discurso socialista y el pathos liberal
Fue esa
presión por el socialismo la que obligó a las elites políticas norteamericanas
a negociar un nuevo tipo de Estado, aquel del Welfare, con sus trabajadores. Gracias a esa presión política, a
esa movilización social y a ese horizonte de lo humano concebido como un acto
de solidaridad, justicia y equidad, y que constaba en la matriz simbólica del
discurso socialista, empieza en EEUU y también en Europa la construcción de
algo inédito en la historia del capitalismo: el Estado de Bienestar. Roosvelt en Norteamérica y Churchill en el
Reino Unido, entre los políticos más importantes, recogen y aplican lo que
parecía una imposibilidad lógica: un Estado de forma liberal pero con
contenidos sociales y con elementos de planificación económica.
El discurso
del socialismo, para esa época, se había convertido en un discurso hegemónico.
Eran tan fuerte la hegemonía del discurso socialista, como lo es ahora la
hegemonía del discurso liberal, que en ese entonces, el economista liberal
Joseph Schumpeter publica en su texto Capitalismo,
socialismo y democracia (1942) la admonición de la autodestrucción inevitable del
capitalismo y el advenimiento del socialismo[2].
En ese tiempo, era, por tanto, casi imposible pensar en un horizonte humano por
fuera de la matriz teórica y el imaginario simbólico del socialismo.
Los liberales
se sentían desesperados. Sus remedios para la crisis que había estallado en
EEUU con el crack financiero de 1929, seguían provocando recesión, pobreza,
desempleo y, de hecho, fueron el origen para una crisis más grave y que
conduciría a la humanidad a una guerra brutal y despiadada. Los mercados no
encontraban equilibrio alguno y la sociedad capitalista se hundía en la crisis
y la recesión. En ese momento hacían falta respuestas desde la teoría económica
que fundamenten la factibilidad del Estado de Bienestar y una planificación
económica de tipo no socialista.
Ese correlato
teórico finalmente se produjo en el año de 1936 cuando el economista inglés
John Maynard Keynes publica su libro Teoría
General de la Ocupación, el interés y el dinero. Este texto desarma
teóricamente a los liberales y a toda su doctrina económica porque demuestra la
imposibilidad de construir un Estado de Bienestar que participe activamente en
la economía creando las condiciones para el pleno empleo, desde la episteme
liberal y su noción de mercados autorregulados y en equilibrio.
Keynes critica
a esa episteme liberal y la demuestra en su inanidad teórica. La reduce, como
decía el mismo Keynes, a ser un caso particular y excepcional de todas las
posibilidades económicas; empero y lo más importante, este texto da coherencia
teórica y base científica-positiva a la intervención del Estado en la economía
para la construcción del Estado de
Bienestar sin salirse de las coordenadas más generales del liberalismo.
Como ejercicio teórico es la propuesta más audaz y brillante realizada en el
terreno de la economía desde David Ricardo y Carlos Marx.
Casi todo el
pensamiento económico, empezó a girar sus referencias epistemológicas hacia el
keynesianismo, con la excepción del reducido y casi desconocido departamento de
economía de la universidad de Chicago, que tenía a la sazón como personaje
fundamental a Henry Calvert Simon, un liberal de la vieja escuela que resistía
las nuevas corrientes keynesianas.
En América
Latina también se produjo una reflexión teórica interesante que imbricaba en
una lectura coherente y de profundidad analítica tanto al keynesianismo como al
marxismo, para comprender la situación concreta de los países latinoamericanos,
esta escuela del pensamiento económico y social se llamará estructuralismo
latinoamericano y dará origen a la Teoría
de la Dependencia.
Luego de la
segunda guerra mundial, con un bloque importante de países socialistas y con
regiones enteras que luchaban contra el colonialismo y por la liberación
nacional y que fundaban su discurso político de liberación nacional en el
socialismo, el discurso liberal tenía pocas posibilidades.
Es en ese
contexto, cuando en 1944 Friedrich Hayek publica un texto con un enorme pathos liberal: El Camino de la Servidumbre. Era la voz de los liberales que
sentían que el mundo se hundía a sus pies y que la humanidad estaba cambiando
irremisiblemente y alejándose del liberalismo clásico. En el Camino de la Servidumbre, Hayek
denostaba contra la planificación económica y el Estado de Bienestar y los
equiparaba con los totalitarismos que anulan la libertad humana. Hayek se creía
el portador de esa llama de la libertad que había nacido con la burguesía en
los siglos XVIII y XIX y que, según él, estaba muriendo en el siglo XX.
La reinvención del liberalismo: hacia el neo-liberalismo
Hayek sentía
que había que reinventar al liberalismo; que los contenidos con los que había
nacido quizá habían movilizado a la humanidad en el siglo XIX, pero que la
coyuntura de mediados del siglo XX ameritaba otro tipo de liberalismo. Hayek
estaba consciente de que el discurso socialista había tocado fibras íntimas de
la utopía humana y que la reinvención del liberalismo no podía olvidar ese
hecho. Esa reinvención del liberalismo quizá tendría que hacer lo mismo, en
otro sentido pero esencialmente lo mismo: adherirse a la utopía y transformarla.
Con los pocos
liberales declarados que quedaban en la Europa de posguerra, Hayek los convoca
en un remoto poblado de Suiza, cerca del lago Génova, para refundar al discurso
liberal. En una primera instancia había pensado dedicar su coloquio a Alexis de
Tocqueville y también había pensado en rendir homenaje a John Edward Acton, así
como a John Stuart Mill, según su criterio, los pensadores liberales más
importantes del siglo XIX, pero el encuentro fue finalmente bautizado con el
nombre de la localidad de acogida: Monte Peregrino. Su objetivo central fue
combatir tanto al discurso del socialismo cuanto a la propuesta keynesiana que
fundamentaba al Estado de Bienestar para lograr el proyecto más caro del
liberalismo: la libertad de mercado, requisito casi ontológico para la libertad
humana.
Para Hayek y
los liberales que lo acompañaron en esta primera reunión, los enemigos a
derrotar eran los sindicatos, los socialistas, los marxistas, y también los
partidarios del Estado de Bienestar incluyendo, por supuesto, a los economistas
keynesianos. Sin embargo, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo devolver al liberalismo su
brillo y atracción original?, si el mundo estaba girando a la izquierda ¿cómo
hacer para cambiar de rumbo? ¿cómo convencer a la sociedad de las bondades del
mercado cuando éste se había derrumbado arrastrando tras sí a la humanidad en
una vorágine de violencia, destrucción y pobreza?
En definitiva,
la cuestión de fondo era: ¿cómo y de qué manera reinventar al liberalismo?,
sobre todo en una época que consideraba que la atención exclusiva al interés
individual, como lo proponía el discurso liberal clásico, habida cuenta de las
tensiones sociales existentes, era casi un acto criminal.
Hayek convocó
al profesor Ludwig Von Mises, uno de los representantes más importantes de lo
que se llamaría la “escuela austríaca” y mascarón de proa del pensamiento
liberal, y también convocaría a: Wilhem Röpke (Presidente de la Sociedad del
Monte Peregrino en 1961-62), Alexander Rüstow, Walter Eucken, Maurice Allais,
Jacques Rueff, Michael Polanyi, Karl Popper, Raymond Aaron, Milton Friedman
(Presidente en 1970-72), Frank Knight, Aaron Director, Albert Hunold, William
Rappard, George Stigler (Presidente en 1976-78), Henri de Lovinfosse, Fritz
Machlup, John Jewkes (Presidente en 1962-64), Bertrand de Jouvenel, entre
otros.
De una u otra
manera, la preocupación de todos ellos era: ¿qué hacer con el liberalismo en un
momento en el que era imposible pensar lo social sin el Estado? De hecho, esta
discusión estaba en el centro del pensamiento liberal: éste no podía prescindir
de un “enfoque social”, precisamente por ello Rougier había propuesto un
“liberalismo constructor”, Marlio un “liberalismo social”, Jacques Rueff ,
incluso, llegó a proponer un “liberalismo de izquierda”, Rüstov y Röpke
propusieron, en cambio, un “intervencionismo liberal”, es decir, el tiempo
histórico demandaba a los liberales un cambio de teorías, conceptos e ideas.
Sin embargo,
para Hayek ninguno de esos adjetivos y pronombres asumían el sentido que debía
tener el liberalismo en esa coyuntura. Si el liberalismo quería cambiar al
mundo, debía transformarse pero permaneciendo fiel a sí mismo. En su discurso
de apertura de la Sociedad del Monte Peregrino, Hayek expresaba lo siguiente:
“La concepción
fundamental que me ha guiado en mis esfuerzos es que los ideales que creo que
nos unen y por los cuales no hay otro mejor nombre que liberalismo, a pesar del
abuso que se ha hecho de este término, deben tener una posibilidad de
renacimiento y, en ese sentido, una gran tarea intelectual debe ser llevada a
cabo. Esta tarea implica, a la vez, purgar la teoría liberal tradicional de
ciertos desafortunados sedimentos que le han sido impuestos a lo largo del
tiempo, y afrontar ciertos problemas reales que una caricatura de liberalismo
ha descuidado y que han aparecido cuando el liberalismo ha sido transformado en
una creencia rígida y estacionaria”[3].
Al no
adscribir ningún “apellido” al discurso liberal, se planteaba una cuestión
crucial y era la de poner a tono el discurso liberal con las demandas de
responsabilidad social por parte de los Estados y la economía. El reto era
pensar al liberalismo desde una perspectiva social, algo que en sí mismo
desafiaba a la episteme misma del liberalismo porque en su horizonte teórico no
consta lo social ni como primacía ni como requisito.
Quien habría
de resolver este encrucijada sería el liberal alemán Alfred Müller-Armand
quien, el mismo año que se reunían los “peregrinos”, propuso el concepto de “economía social de mercado” en un
reporte a la Cámara de Comercio e Industria de Nordrhein-Westfalen, y que
habría de ser recogido por la Democracia Cristiana y el ministro de economía
del Canciller Adenauer, el liberal Erhard y miembro también de los
“peregrinos”, como política de Estado.
En efecto, el
concepto de “economía social de mercado”
permitía renovar la noción de mercado como regulador social tan cara a los
liberales, que siempre vieron al mercado como un espacio de libertad y
realización personal, y que había sido estigmatizado por los socialistas y los
keynesianos. No solo eso, sino que al recuperar el concepto de libre
competencia podían adscribirlo a una dimensión de responsabilidad social y
ponerlo, de esta manera, a tono con las demandas de la época. Hayek, a pesar de
las reticencias que le provocaba el concepto de “social” para la economía, lo
asumió completa e inmediatamente. La conclusión de los liberales del Monte
Peregrino era que si el mercado había entrado en crisis no se debía a fallas
internas sino que había sido la intervención del Estado quien había roto el
frágil equilibrio de mercado y, en consecuencia, lo había llevado a la crisis.
Los mercados, no solo que son eficientes en sí mismos sino que siempre han sido
“sociales”.
Con la “economía social de mercado” los
liberales del Monte Peregrino habían encontrado el concepto bisagra que les
permitiría dar el gran giro al discurso liberal y ponerlo a tono con los
tiempos que vivían. En consecuencia, el discurso liberal no podía seguir siendo
el mismo de aquel del siglo XIX, aunque compartan varios supuestos de base,
entre ellos su definición de libertad humana como libertad de elección.
El nacimiento del neoliberalismo
En el Coloquio
del Monte Peregrino, los liberales asumen que lo suyo es un liberalismo
remozado, renovado, diferente; en definitiva, un nuevo liberalismo o, si se quiere utilizar el prefijo latino, un neo-liberalismo. Este nuevo liberalismo, o neoliberalismo necesitaba, asimismo, de
una nueva concepción del Estado. Si el keynesianismo había hecho del Estado el
punto central de sus políticas de bienestar y pleno empleo, y si los
socialistas utilizaban el poder del Estado para la planificación centralizada,
entonces los nuevos liberales o neoliberales, necesitaban responder a la
cuestión central del rol del Estado en una sociedad liberal con énfasis social.
Un rol que no tendría nada que ver ni con la planificación ni con el bienestar.
Por tanto, desde la “economía social de
mercado” ¿qué rol debe tener el Estado?, ¿qué tipo de Estado puede permitir
tanto la libertad humana realizada en el mercado cuanto la intervención pública
sin atentar a esa libertad fundamental?
Éste será el
centro de interés de Hayek y de los “peregrinos”: la fundamentación del Estado
desde las bases teóricas y epistemológicas de un liberalismo remozado, es
decir, el neoliberalismo. Un Estado
que permita el desarrollo y la expansión de una economía social de mercado. Por ello Hayek empieza a interesarse en
las intersecciones entre el derecho y la economía, es decir, la ley y el
mercado.
Para Hayek el
Estado debe permitir, vigilar y garantizar la libre competencia en mercados
libres y abiertos. La ley debe ser utilizada, por tanto, en función de esa
garantía y vigilancia de la libre competencia y los mercados libres. Mientras
más libre competencia exista, mejor regulación social y mejor bienestar social,
pueden haber. La ley no debe estar en contra del mercado sino a su servicio. El
Estado en sí mismo debe ser la garantía de una ley que, a su vez, sea la
garantía del mercado.
El Estado,
para los neoliberales del Monte Peregrino, no puede ser un Estado de Bienestar,
ni un Estado socialista, ni siquiera un Estado de industrialización, el Estado
debe atenerse a respetar las reglas de
juego de un mercado libre. El Estado no puede regular al mercado sino crear
las reglas de juego para que sean los
actores del mercado los que se autorregulen respetando esas reglas. En
definitiva, ante el Welfare State del
keynesianismo, y la planificación centralizada de los socialistas, Hayek y los
neoliberales van a proponer y a defender el Estado
de derecho, es decir, un Estado que no interfiere ni en la economía ni en
el mercado sino que los garantiza; el Estado que los neoliberales proponen es
el correlato exacto y necesario a la economía
social de mercado, esto es, el Estado
social de derecho.
Estado social de derecho y economía social de
mercado son las improntas de ese nuevo
liberalismo que pretende cambiar al mundo destruyendo cualquier posibilidad
de un Estado de Bienestar o de un Estado de planificación centralizada. La
batalla, para los peregrinos
convertidos ahora en neoliberales, se
abre en varios frentes. Tienen ante sí un reto enorme: confrontar a los
socialistas que cada vez ganaban más el corazón de las masas, y de los
keynesianos que habían conquistado toda la academia económica no socialista y
toda la política económica.
La batalla de las ideas (I): thinks tanks y la
construcción de la doxa
Con gran
lucidez, Hayek expresa a Antony Fisher, fundador con Oliver Smedley del Institute of Economic Affairs, IEA, y de
acuerdo con Audier, que:
“(la) influencia
decisiva en la gran batalla de las ideas y de la política, era ejercida por los
intelectuales” a quienes Hayek consideraba como “vendedores de ideas de segunda
mano”, por ello propone a Fisher crear una institución de investigación
científica que provea “a los intelectuales en las universidades, en las
escuelas, y a los periodistas y a las emisiones de radio, los estudios
académicos más autorizados concerniendo a la economía de mercado y sus
aplicaciones prácticas”[4].
Con esta
propuesta Hayek retoma una noción desarrollada por Lenin en su libro ¿Qué
hacer? de 1903 de que el socialismo tenía que ser “inoculado” a las masas por
militantes orgánicos que han sido previamente formados y convencidos de la
pertinencia de sus ideas. Hayek, de hecho, había estudiado seriamente los
procesos políticos de los socialistas y había comprendido el rol fundamental
que tiene los intelectuales en una sociedad. Quizá no haya conocido
profundamente a Gramsci, pero puede decirse que su intuición política lo
acercaba a sus prescripciones.
En 1949, en el
segundo encuentro de los miembros de la Sociedad del Monte Peregrino, Hayek
presenta un documento con un título extraño para un liberal: “Los Intelectuales y el Socialismo”. Con
este documento, Hayek quería sensibilizar a los “peregrinos” de la importancia
de la evangelización liberal no para las masas sino exclusivamente para
aquellos que piensan. Hayek cita a Ortega y Gasset y retoma su concepto de
“masas”. Realiza un recorrido de las ideas socialistas y se convence del rol
fundamental que tuvieron la educación y el conocimiento en la propagación de
las ideas del socialismo en las masas realizado por aquello que Lenin denominaba
“militantes profesionales”, y Gramsci “intelectuales orgánicos”. Para Hayek, e
insiste mucho en ello, si había que cambiar la sociedad no había que intervenir
sobre las masas sino sobre aquellos que piensan. Las masas siempre siguen a
aquellos que piensan. Lo que Hayek hace es delinear un programa de acción
política para la Sociedad del Monte Peregrino. La batalla de las ideas está por
comenzar.
Sin embargo,
los peregrinos saben que para esa batalla de las ideas necesitan recursos
ingentes. El mismo Hayek había sobrevivido gracias a los aportes de la Fundación William Volker que había
financiado su estancia en Estados Unidos y su trabajo en la London School of Economics. Asimismo,
Ludwig Von Mises, el teórico más importante que a la sazón contaban los
neoliberales del Monte Peregrino había sido financiado por la Fundación para la educación en economía.
De hecho,
Albert Hunold, el líder del secretariado europeo del Monte Peregrino, aportó
durante un decenio al financiamiento de la Sociedad del Monte Peregrino a
través de sus múltiples contactos con las corporaciones, bancos y sociedades de
negocios. Este liberal, secretario de la Bolsa de Zurich, director desde 1941 a
1945 de la Cámara de Compensación de la ASB, y director del SIAF (Schweizerisches Institut für
Auslandforschung), establece gracias al SIAF un nexo directo entre los
“peregrinos” y el gran capital bancario, financiero e industrial de Suiza y,
posteriormente, de Inglaterra y Francia. Los neoliberales no solo que tienen
clara la doctrina sino que saben exactamente quien es el que paga al gaitero, y
como decía Paul Sweezy, quien paga al gaitero pide la tonada. La convergencia
de las ideas neoliberales con los intereses de las grandes corporaciones, las
sociedades de negocios y los bancos se establece desde sus orígenes.
Gracias a este
financiamiento y siguiendo al pie de la letra la recomendación de Hayek de que
el evangelio es más potente cuando lo predican los que saben o aquellos que
creen saber, los “peregrinos” se
lanzaron a la conformación de una extensa red de institutos de investigación,
formación y educación en economía liberal.
Este dato es
interesante porque el concepto de red de instituciones dedicadas al pensamiento
y su difusión será el eje central de la acción política de los “peregrinos”. De
hecho, desde la conformación del Institute
of Economic Affairs, IEA, hacia la enorme constelación de centros de
pensamiento neoliberal del siglo XXI (los denominados think tanks) hay un vasto universo que replica el pensamiento
neoliberal haciéndose eco de la intuición de Hayek de que el mejor camino para
luchar contra el Estado de Bienestar y el socialismo es convenciendo a los que
piensan.
Para inicios
del siglo XXI, cuando la hegemonía liberal se había consolidado por todo el
planeta, los neoliberales contaban con decenas de think tanks de reputación
mundial y que habían creado sus propias redes internas de think tanks
neoliberales literalmente por todo el mundo, habían colonizado toda la
currícula de estudios económicos en casi todas las facultades de economía del
mundo, manejaban las editoriales que editaban los textos de economía, derecho,
sociología y ciencias políticas en las principales universidades del planeta,
en consecuencia, tenían y ejercían un control directo sobre el index de lo que
había que pensar y cómo había que hacerlo; además tenían medios de comunicación
impresos y audiovisuales poderosos y con alcance mundial y habían construido
una doxa implacable. La intuición de Hayek se había revelado correcta: para
cambiar al mundo, primero hay que convencer a los que piensan[5].
El siguiente
objetivo en la batalla de las ideas de
los “peregrinos” fue desmantelar al pensamiento keynesiano y a toda su
propuesta anticrisis. Los “peregrinos” sabían que la confrontación contra el
socialismo implicaba mover recursos importantes porque se trataba, para el
capitalismo, de una lucha de sobrevivencia. En esta batalla contra los
socialistas y marxistas asumen roles importantes Karl Popper, quien habría de
dedicar varios libros en contra del marxismo y del socialismo, por ejemplo: La Sociedad Abierta y sus enemigos (The
Open Society and Its Enemies, 1945), o La Miseria
del Historicismo (The Poverty of Historicism,
1961), incluso en Conjeturas y Refutaciones
(Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge,
1963), Popper objeta las posibilidades epistemológicas y lógicas del
pensamiento dialéctico. De su parte, Von Mises había creído demostrar en La Acción Humana (1949), que la
planificación es lógica y conceptualmente imposible[6].
Raymond Aron, incluso criticó duramente al marxismo en su libro El opio de los intelectuales (1955).
Empero, para
Hayek la batalla contra el pensamiento de Keynes era más apremiante y
prioritaria porque los gobiernos de los países liberales más importantes se
habían comprometido con algo que para los neoliberales del Monte Peregrino era
una aberración que nunca debía haber existido: el Estado de Bienestar.
Keynes había
desmantelado los conceptos fuertes de la analítica económica liberal; había
demostrado que el concepto de “equilibrio general” desde el cual los liberales
miraban no solo al mercado sino a la sociedad y a la historia, strictu sensu, no existía y nunca había
existido. Era un simulacro de la analítica científica decimonónica cuyas
pretensiones científicas en la economía eran, en el mejor de los casos,
dudosas. Era apenas la invención de un discurso teórico que se había extraviado
en sus propios laberintos. Keynes fue muy duro con los neoliberales. “Los
teóricos clásicos, había escrito Keynes, se asemejan a los geómetras
euclidianos en un mundo no euclidiano que, quienes al descubrir que en la
realidad las líneas aparentemente paralelas se encuentran con frecuencia, las
critican por no conservarse derechas –como único remedio para los desafortunados
tropiezos que ocurren.” (Keynes, Teoría General, Cap. 2, sección IV)[7].
No solo ello,
sino que Keynes había realizado una verdadera revolución coperniciana en la
economía cuando logra que la teoría monetaria, que había sido desdeñada por
toda la escuela económica clásica, finalmente se articule de forma coherente y
metodológicamente sustentada al interior del corpus analítico de la economía,
por vez primera, al menos en el siglo XX.
La batalla de las ideas (II): Friedman vs Keynes
Quizá este
punto haya que señalarlo con más precisión porque fue el campo de batalla más
importante de los neoliberales del Monte Peregrino y cuyas repercusiones
políticas tienden a ser muy acotadas en función de estrictas y limitadas cuestiones
pertenecientes al exclusivo mundo académico, empero las repercusiones sociales
y políticas son enormes, de hecho, ahí subyace una de las causas de la crisis
económica del capitalismo en la primera década del siglo XXI. La discusión
entre Keynes y los keynesianos contra los neoliberales, y entre ellos Friedman,
pudo aparecer como un debate académico pero, en realidad, fue una disputa
política cuyas consecuencias fueron trascendentes para el capitalismo como
sistema-mundo.
Para la teoría
económica clásica, entendiendo por ella a toda la teoría económica que va desde
David Ricardo, James Mill y que continúa con los economistas ingleses Marshall,
Edgeworth y A. Cecil Pigou, con el italiano Pareto, con el francés Walras y
que, además, forma parte del núcleo duro del pensamiento neoliberal, el dinero
nunca ha sido importante para comprender los procesos reales al interior de la
economía. De hecho, ellos distinguen entre un “sector real” y un “sector
monetario”[8].
El dinero se convierte en una especie de “velo” que hay que descorrer para comprender
a la economía en su esencia real y verdadera.
El concepto
del “velo monetario” proviene de David Ricardo y contagió a toda la comprensión
de la economía, tanto en su vertiente liberal cuanto en la versión marxista;
uno de los pocos economistas decimonónicos que se opusieron a esta versión
monetaria de David Ricardo fue el sacerdote y economista Thomas R. Malthus.
Empero de ello, y por diferentes razones, no pudo articular una teoría
coherente de cómo integrar al dinero al interior de un marco analítico en la
economía.
Para David
Ricardo, la escasez, a la que consideraba un fenómeno “natural”, hacía que los
recursos básicos de una economía, en la ocurrencia, tierra, trabajo y capital, debían
ser utilizados al máximo, por ello su uso y rendimiento eran independientes de
la existencia de la moneda. La moneda nada podía hacer en contra del “fenómeno
natural” de la escasez. No podía ni alterarla ni evitarla. De hecho, la emisión
monetaria lo único que podía provocar, según Ricardo, era inflación de los
precios y no cambiaba para nada la “dotación inicial de recursos escasos”. Esa
emisión monetaria quizá podría alterar la economía en el corto plazo pero nunca
en el largo plazo. Esta referencia de
David Ricardo al largo plazo como una
imposibilidad humana de alterar de cualquier manera la restricción natural de
la escasez de recursos, sería ironizada por Keynes cuando éste decía que, en el
largo plazo, “todos estaremos muertos”.
A esta teoría
que neutraliza la capacidad de la moneda para alterar la escasez de recursos se
la conoce con el nombre de “teoría
cuantitativa de la moneda” y es uno de los conceptos centrales en la
episteme neoliberal. Para los neoliberales, esta teoría cuantitativa de la moneda les permite asumir la inflación de
precios como un fenómeno estrictamente monetario y, con ello, oscurecen todos
los conflictos políticos y redistributivos que se suscitan alrededor de la
inflación.
Si el dinero
es exógeno a la economía, es decir, es un “velo” en donde la emisión monetaria
siempre produce inflación, tal como lo predican los neoliberales, entonces los
equilibrios de los flujos de dinero que no generen inflación tendrán que ser
definidos al interior del mercado de dinero, en donde hay una oferta de fondos
que se mueve de acuerdo a la retribución que se realice a esos ahorradores por
la vía de la tasa de interés.
Si esa
retribución es conveniente, entonces se motiva a los ahorradores a que ahorren
porque esos recursos serán posteriormente utilizados para la inversión. Nace,
en consecuencia, una de las ideas fuertes de la economía liberal y que tiene la
fuerza del dogma: la relación ahorro/inversión.
Si no hay ahorro no hay inversión. Si no hay inversión no hay empleo. Si no hay
inversión tampoco hay crecimiento económico, y esta inversión siempre depende
de los niveles de ahorro al interior de una economía. El mecanismo que media
entre esas dos dinámicas del ahorro y la inversión es la tasa de interés, y el
locus en el que se producen y realizan es el mercado bancario y financiero.
En otras
palabras, si se suscribe el concepto de que la moneda siempre crea inflación,
que es la consecuencia natural de la teoría
cuantitativa de la moneda, entonces tendremos que dejar que el mercado
monetario sea manejado exclusivamente por los bancos privados, porque ellos lo
manejarían como se lo hace con todo recurso escaso: utilizándolo de manera
eficiente para lograr su máximo rendimiento. Interferir en este mercado
bancario podría distorsionar el frágil equilibrio que sostiene el nivel de
ahorro con las demandas de inversión.
Empero, ¿y si
el dinero no es exógeno como lo pretenden los economistas clásicos y los
neoliberales? Es decir, ¿qué pasa si el dinero no es neutral?, si la teoría cuantitativa de la moneda de los
neoliberales no es correcta, entonces ¿cuáles serían sus consecuencias? ¿qué
sucede si una economía decide “imprimir” dinero para resolver los problemas de
crisis y recesión? ¿Es verdad que esa emisión monetaria provocaría inflación de
precios? ¿Qué consecuencias políticas y económicas implica preguntarse por el
rol social y económico de la moneda? ¿Es real que existe una relación entre los
niveles de ahorro y la inversión?
Keynes demostrará
que el concepto ahorro-inversión, así como el concepto de “equilibrio general”
son una falacia de la economía liberal, son un invento teórico que poco tiene
que ver con la realidad; también demostrará que, en situaciones de
“insuficiencia de demanda efectiva”, la mejor política para sacar a un país de
la crisis es, precisamente, con emisión monetaria, una emisión que en este caso
poco tiene que ver con la inflación.
Si la noción
ahorro-inversión es una falacia, entonces el dinero debe formar parte de una
política pública, en la ocurrencia, la política monetaria, porque es desde esta
política monetaria que debe pensarse a la inversión, y no desde el ahorro. En
consecuencia, el dinero debe abandonar el locus
del mercado bancario y financiero privado, y trasladarse hacia el Estado y la
política monetaria. El dinero debe tener una función social y, para ello, debe
formar parte de una política estatal no de un manejo privado.
En efecto,
gracias a Keynes es posible definir una política monetaria por fuera de los
intereses de los bancos privados. Las consecuencias prácticas del pensamiento
keynesiano eran y son enormes. Significaban todo un desafío para los bancos
privados quienes se habían acostumbrado a manejar la tasa de interés, y las decisiones
de arbitraje en el mercado financiero como asuntos propios. Si el dinero de
alguna manera configura las relaciones de poder al interior del capitalismo,
entonces la propuesta keynesiana cambiaba radicalmente las coordenadas de esas
relaciones de poder. Al demostrar que el concepto ahorro-inversión es una
falacia, Keynes crea las condiciones de posibilidad para que la sociedad
recupere la moneda y articule una política monetaria por fuera de los intereses
de los bancos y los banqueros.
De hecho, eso fue
lo que sucedió en la construcción del Welfare
State y la política monetaria de la reactivación económica. En ese proceso
de reactivación, la capacidad de asignar liquidez a la economía no estuvo en
los bancos sino en el Estado por la vía de la política monetaria y el déficit
fiscal. En un Estado de Bienestar el objetivo fundamental es crear las
condiciones para el pleno empleo y la política monetaria es un instrumento
cuyas funciones son asignadas desde una lógica de lo público y lo social. Fue
por ello que la política monetaria pudo contener la crisis y financiar el
crecimiento económico de aquello que en Europa se conoce como los “treinta
gloriosos”, es decir, el periodo de la última posguerra hasta la crisis de
Bretton Woods a inicios de los años setenta del siglo XX.
La política
monetaria y el pensamiento keynesiano también implicaban una reflexión más
coherente de la inflación, al comprenderla no como un fenómeno estrictamente
económico y monetario sino, básicamente, como un fenómeno político y redistributivo.
De hecho, la inflación solo en última instancia es un fenómeno económico, la
inflación monetaria, en lo fundamental, es un fenómeno político y hace
referencia al conflicto de intereses redistributivos al interior de una
sociedad.
Los neoliberales
del Monte Peregrino sabían a lo que se estaban enfrentando cuando decidieron
oponerse a la teoría monetaria de Keynes. Sabían que sus propios conceptos era
insuficientes y que tenían no solo que desmontar el complejo y fino análisis
keynesiano sino también la política monetaria que le era correlativa. En este
momento, la iniciativa en la batalla de las ideas pasa de Hayek y los
neoliberales europeos hacia Friedman, Director, Stigler, y los neoliberales
norteamericanos. El texto fundacional de esta disputa lo escribe Milton
Friedman en 1956: La teoría cuantitativa
de la moneda: una nueva visión (The Quantity Theory of Money: A
restatemen, 1956)[9].
En la batalla
de las ideas, los “peregrinos” asumen como prioridad fundamental la
desarticulación de la propuesta keynesiana de su visión monetaria. Para los
neoliberales se trataba de restaurar el credo original de la relación
ahorro-inversión y la relación entre emisión monetaria e inflación. No se
trataban de cuestiones teóricas y académicas, en realidad, estaba en juego el
capitalismo en sí mismo y sus posibilidades futuras.
Esa batalla en
contra del pensamiento monetario de Keynes y sus partidarios se dio en los años
cincuenta y sesenta del siglo XX. En esa batalla, los keynesianos siempre
estuvieron solos, los marxistas jamás los acompañaron a pesar de que estaba en
juego el capitalismo y su futuro. Los neoliberales del Monte Peregrino dieron
esa batalla en varios frentes: el académico, el frente mediático, el político,
el institucional.
La crisis
económica de los años setenta que produjo un fenómeno relativamente novedoso en
el capitalismo, aquel de la inflación con recesión, significó el inicio del fin
de los keynesianos. Para fines de los años setenta, con el ascenso al poder de
Thatcher en Inglaterra y Reagan en EEUU, los neoliberales habían triunfado en
casi todas las líneas.
En la década
de los ochenta los neoliberales del Monte Peregrino estuvieron en la línea del
frente para gestionar la crisis de la deuda externa de los países
latinoamericanos. Fueron ellos los que estuvieron detrás de los tecnócratas del
FMI y del Banco Mundial, estableciendo los marcos teóricos y normativos para
manejar la crisis de la deuda externa y las duras medidas de ajuste económico.
Para los años
noventa su triunfo era total. A nadie se le ocurría siquiera pensar que el
concepto ahorro-inversión era una falacia, y todo el mundo daba por hecho que
toda emisión monetaria sin fundamento siempre provocaba inflación. La doxa de la disciplina fiscal, la
eficacia de los mercados privados, la desregulación, la apertura y la seguridad
jurídica a las inversiones se convirtieron en un consenso que John Williamson
lo sistematizará en clara referencia al locus del poder, precisamente, como el Consenso de Washington. Los
neoliberales, con Friedman a la cabeza, habían triunfado.
El triunfo neoliberal
Fue una sorda
y dura batalla que se dio en espacios académicos y universitarios, en especial
en los departamentos de economía. El mascarón de proa de esa batalla de las
ideas fue el departamento de económicas de la Universidad de Chicago, a la
sazón dirigido por Milton Friedman. Se dio como una batalla académica, adquirió
tonos profesorales, fue escrita en una jerga incomprensible para aquellos que
no pertenecían al cenáculo, implicó la movilización de recursos y la adopción,
especialmente por parte de los neoliberales, de estrategias muchas de ellas espurias
y truculentas, como la grosera manipulación de los datos hecho por Friedman en
su historia monetaria de EEUU (A Monetary History of the United
States, 1867-1960)[10], pero fue, en lo fundamental, una batalla política. No estaba en
juego una determinada teoría, o un axioma económico o una fórmula matemática
que describía cierto comportamiento económico; en realidad, fue una lucha
política sobre el sentido que debía adquirir el Estado, y la política
económica, en especial, la política monetaria.
La academia
fue una de las fronteras de una lucha más profunda y más vasta que atravesaba
al sistema-mundo capitalista y que tenía que ver con la rearticulación de
relaciones de poder al interior del capitalismo en donde estaba emergiendo con
una fuerza impresionante, un capital financiero desregulado a partir de la
crisis del sistema de Bretton Woods y la conformación de los euromercados de
capitales. Ese capitalismo financiero necesitaba de forma desesperada un marco
teórico que lo legitime y avale. Los neoliberales cumplieron a la perfección
ese requerimiento.
La disputa
académica luego se traduciría en disputa política, sobre todo en Inglaterra, cuando
los obreros ingleses se opusieron a las políticas de privatización y
desregulación de Thatcher y sus consejeros neoliberales, y realizaron huelgas y
movilizaciones que, finalmente, fueron derrotadas.
Los
neoliberales conquistaron la academia, y también las instituciones financieras
internacionales. Los marcos teóricos que los neoliberales desarrollaron durante
la batalla de las ideas, fueron también el marco teórico de instituciones como
el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y más tarde el sistema de
Naciones Unidas, en especial su programa para el desarrollo, PNUD y casi todos
los programas de la cooperación internacional al desarrollo que, en realidad,
son el nombre cortés y elegante para el neocolonialismo.
Para los años
noventa, los neoliberales del Monte Peregrino podían saborear su victoria en
todo el frente de la batalla de las ideas. Los keynesianos habían sido
derrotados en todas las líneas. Los pocos que sobrevivían habían adscrito al
credo neoliberal y trataban de sobrevivir mezclando algo de Keynes con la
ortodoxia dominante (se denominarán poskeynesianos, pero nada tienen que ver
con la propuesta original keynesiana).
Los marxistas
también habían desaparecido del escenario, sobre todo por el hecho de que los
marxistas nunca consideraron una alianza teórica con el pensamiento keynesiano,
de tal manera que los neoliberales pudieron derrotarlos uno tras otro.
Instituciones que antaño fueron núcleos duros de un pensamiento
anti-neoliberal, como la Universidad de Cambridge en Inglaterra, convergieron a
la doxa dominante; incluso una
institución importante a nivel latinoamericano como la Comisión Económica para
América Latina, CEPAL, que criticó duramente a los neoliberales, ya para los
años noventa procesaba en su episteme todo el ADN neoliberal.
La
globalización de la economía permitió a los “peregrinos” entrar en la epifanía
de su proyecto histórico. Pocas veces un conjunto de ideas tan restringidas
habían conquistado tanto espacio y habían permitido la acumulación de tanto poder
en tan pocas manos. Los “peregrinos” estaban dando forma al mundo que emergía
en la globalización, como un alfarero a su barro. No había institución de
importancia global que no haya sido colonizada por los “peregrinos” y su
episteme. Desde el sistema de Naciones Unidas, hasta el Foro de Davos, pasando
por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, o la OCDE, o el G-8, G-20, o
como quiera llamárselos, todos ellos fueron inscritos en el radar de los
“peregrinos” y fueron colonizados por éstos.
¿Cuál es ahora el proyecto político del neoliberalismo?
Si la batalla
de las ideas finalmente fue ganada por los neoliberales del Monte Peregrino, y
el mundo entero articula su prosa y su lógica, entonces ¿cuál es ahora la razón
de su proyecto? Si los marxistas, según los “peregrinos”, no constituyen ningún
peligro real al sistema y los pocos keynesianos que quedan en el mejor de los
casos solamente hacen historia del pensamiento económico, entonces, ¿puede
decirse que la Sociedad del Monte Peregrino cumplió con su misión histórica y
que debería pensar en su disolución? El hecho de que en su momento de creación
en 1947 haya tenido 38 miembros activos y que para el año 2013 sean más de mil
adherentes orgánicos significa que los “peregrinos” piensan en cualquier cosa
menos en su disolución, en consecuencia:
¿Cuál es ahora el peligro más importante que han identificado los
“peregrinos” y que hace que sean más activos que antes? ¿cuál es el proyecto político
de la Sociedad del Monte Peregrino? ¿Qué o quienes están en su radar? ¿Hacia
dónde apunta el sentido de su distopía?
Para
comprender esa distopía del neoliberalismo del Monte Peregrino quizá sea
necesario un ejercicio de hermenéutica política que integre en una sola
interpretación hechos aparentemente aislados pero que configurarían, al
parecer, los lineamientos de lo que sería la hoja de ruta de los “peregrinos”
hacia el futuro.
Propongo, en
ese sentido, integrar tres acontecimientos importantes generados desde la
dinámica de los “peregrinos”, aunque aparentemente aislados y desconectados
entre sí, pero que pueden servir para comprender la dimensión de su propuesta
distópica.
El primero de
ellos hace referencia a una frase expresada por Margaret Thatcher cuando fue
Primera Ministra de Inglaterra; su expresión fue: “la sociedad no existe” y que
descifra la intención de los neoliberales de vaciar la política y provocar su
virtual desaparición. Un segundo hecho está en la elección del economista norteamericano
Gary Becker como Presidente de la Sociedad del Monte Peregrino en el año de
1990-1992. Gary Becker representa el punto más alto de las teorías de la
conducta del consumidor y del “capital humano”. Un tercer hecho es la entrega
de “premios Nobel de economía” a los neoinstitucionalistas como Douglass
North, Oliver Williamson, y Elinor
Ostrom, entre otros[11].
Si estos
hechos permiten esa interpretación política del proyecto actual de los
neoliberales del Monte Peregrino, puede asumirse que éste tendría, al menos,
tres vectores básicos: un vector político que plantea, de forma paradójica pero
real, el vaciamiento de la política; un vector biopolítico inscrito en sus
prescripciones normativas sobre el “capital humano” y la neuroeconomía, y una pretensión civilizatoria en la cual las
corporaciones y el capital financiero son el centro de gravedad del tejido
institucional de las sociedades y la construcción de la pax mercatoria como proyecto político imperial del capital
financiero-especulativo.
1. El vaciamiento de la política
La gestión de
la crisis de la deuda externa en América Latina en la década de los ochenta les
enseñó a los “peregrinos” el rol heurístico que tiene la crisis[12].
Para imponer las duras medidas de ajuste que provocaron el mayor retroceso
económico y social en toda América Latina en todo el siglo XX, los neoliberales
ubicaron los límites exactos del discurso económico neoliberal como discurso de
poder. Los neoliberales del Monte Peregrino, para construir los ejes básicos de
su proyecto: la economía social de
mercado y el Estado social de derecho,
comprendieron que necesitaban de la democracia liberal para su legitimidad.
La adhesión de
los neoliberales a las dictaduras militares del cono sur de América Latina,
implicaron un fuerte desgaste político para Hayek y Friedman. Su apoyo a los
regímenes genocidas de Pinochet y Videla en Chile y Argentina, respectivamente,
provocaron escozor entre los mismos miembros del Monte Peregrino. Si Hayek
había escrito sobre la libertad humana, y había contado con el apoyo de los
liberales más reputados de Europa y de EEUU en esta cruzada, su apoyo a esas
dictaduras creaban un expediente de una dudosa eticidad que, incluso, podía ser
utilizada para cuestionar al proyecto global de los neoliberales.
Para ellos, la
transformación neoliberal del mundo tenía que ser una tarea tanto ética como
democrática, al menos en las apariencias. La crisis de la deuda externa en
América Latina se presentó como el expediente ideal para provocar las
transformaciones neoliberales necesarias al interior de un contexto
democrático. Sin la existencia de esa crisis era muy difícil que las sociedades
latinoamericanas resignen la pérdida de una institucionalidad y una política
pública que había costado mucho construirla y cuyas duras consecuencias
sociales eran evidentes.
En efecto, las
políticas de ajuste que los neoliberales impusieron desde el FMI y que
devastaron la región durante la década de los ochenta y noventa, se impusieron
en un contexto de elecciones, sistemas de partidos, controles electorales y
sistemas políticos democráticos. La democracia electoral, representativa y
liberal demostró ser el mejor dispositivo para encubrir y consolidar la
transformación neoliberal[13].
El discurso
político liberal perdió toda relación con el poder y se convirtió en una
especie de cobertura y legitimidad al verdadero discurso de poder: el discurso económico
neoliberal. Las verdaderas transformaciones sociales las hacían el FMI, el World
Bank, el BID, no los sistemas políticos latinoamericanos y menos aún la
sociedad latinoamericana y sus organizaciones sociales.
Cuando la
sociedad reclamaba democracia, participación, y manifestaba su repudio y
rechazo a las duras políticas neoliberales, éstos acudían inmediatamente al
expediente de la crisis y sus discursos disciplinarios, entre ellos el discurso
de la gobernabilidad. Para disciplinar a la sociedad al interior de las
coordenadas del neoliberalismo y su proyecto político, la crisis se había
revelado la mejor tabula rasa sobre
la cual inscribir los designios neoliberales.
La conversión
del discurso económico neoliberal como discurso de poder, vació al discurso
político de toda posibilidad de transformar la realidad y la sociedad, y
procesar el conflicto de forma trascendente y democrática. El discurso político
liberal cedió todas las posibilidades teóricas y normativas al discurso
tecnocrático neoliberal; se enredó en su propia fenomenología y nunca
comprendió que se estaba convirtiendo en un simulacro de sí mismo: una sombra
que encubría al poder. Las prioridades neoliberales se impusieron por encima de
cualquier consideración democrática o social, su discurso se sobrepuso a
cualquier prescripción democrática. Fue un discurso autoritario,
antidemocrático, tecnocrático, excluyente, estratégico, que creó una cesura
entre la praxis del poder y los discursos que lo legitimaban.
Esta
conformación del discurso económico neoliberal como discurso de poder implicó
el vaciamiento de la política y su virtual desaparición. Fue por ello que, en
América Latina, los movimientos sociales confrontaron y resistieron al neoliberalismo
por fuera de los sistemas políticos y los sistemas de representación política. Los
movimientos sociales latinoamericanos comprendieron que la verdadera política
se jugaba en otros espacios, no en aquellos definidos por el discurso oficial
del liberalismo.
Sin embargo,
el manejo de la crisis de la deuda externa latinoamericana y la forma por la
cual el FMI pudo transformar la región e integrarla a los nuevos circuitos y
nuevas lógicas que provenían desde el capital financiero, crearon, para los
neoliberales del Monte Peregrino y sus corifeos, una especie de heurística:
para transformar políticamente una sociedad, la mejor forma de hacerlo es
evitando la política. El epítome de este proceso puede apreciarse en la forma
por la cual los “peregrinos” contribuyeron al desmantelamiento del Estado de
Bienestar en EEUU y en Europa.
Los
“peregrinos” sabían que la desarticulación del Estado de Bienestar no puede
darse desde la política. De hecho, en su arrogancia lo intentaron cuando
quisieron aprobar la Constitución de la Unión Europea mediante referéndums y
fueron derrotados. También fueron derrotados cuando se hicieron públicos los
documentos del Acuerdo Multilateral de Inversiones, AMI, que implicaban un
reconocimiento de soberanía política a las corporaciones transnacionales.
Por ello, los
neoliberales del Monte Peregrino han acudido al expediente que mejor manejan:
la imposición dictatorial de sus prescripciones desde la episteme neoliberal,
es decir, la conversión del discurso económico neoliberal como discurso de
poder. En la gestión de la crisis económica de los países europeos, para los
“peregrinos” no está en juego la restauración de los equilibrios
macroeconómicos, ni el crecimiento, ni el desarrollo, sino la desarticulación
del Estado de Bienestar.
Ellos saben
que el desmantelamiento del Estado de Bienestar, al que siempre consideraron
una aberración de la historia, es una tarea política que no puede ser resuelta
con medios políticos, sino desde el poder, y el discurso económico neoliberal
de los “peregrinos” es un discurso de poder. En el proyecto actual de los
“peregrinos” una de sus prioridades es la implosión del Estado de Bienestar y
el mejor dispositivo que han encontrado para esta tarea es la crisis como
heurística del miedo y como dispositivo de poder.
Por ello, las
multitudinarias manifestaciones de la sociedad europea en contra de la gestión
de la crisis europea no han afectado al proyecto real de los “peregrinos”,
porque estas manifestaciones populares, con lo radical que pueda parecer su
discurso, en realidad, se inscriben al interior de las coordenadas del
liberalismo. Son manifestaciones sociales ya disciplinadas dentro del esquema
liberal. Al no desbordarlo, simplemente lo ratifican y avalan. A diferencia de
los movimientos sociales latinoamericanos que desbordaron al sistema político y
ubicaron la confrontación con el neoliberalismo fuera de sus coordenadas, las
movilizaciones europeas constan al interior de las fronteras del sistema
político liberal.
De hecho, la
gran mayoría de esos manifestantes cuya indignación contra el sistema y el
poder es patente, en las próximas elecciones votarán por partidos políticos
que, en su gran mayoría, seguirán las prescripciones de los “peregrinos”. Para
los neoliberales del Monte Peregrino, las manifestaciones europeas y sus
“indignados”, en el fondo, son irrelevantes e intrascendentes porque no ponen
en riesgo los núcleos fundamentales de su proyecto político.
El vaciamiento
de la política, por tanto, significa la conversión del discurso económico como
discurso de poder y la creación de condiciones de posibilidad para que la
política se defina y estructure de forma real desde el mercado y que el espacio
de la política, en términos liberales, sea intrascendente porque las decisiones
políticas reales ya han sido asumidas y adoptadas, precisamente, desde las
lógicas del mercado. El Estado es Estado
de derecho porque transfiere capacidad política y soberanía política al
mercado y, a su interior, a las corporaciones y al capital financiero; por
ello, aunque los “indignados” europeos se manifiesten contra la crisis y sus
élites políticas, paradójicamente defenderán a muerte al Estado de derecho.
No obstante, sobre
esas condiciones de posibilidad de la política es necesario situar e
identificar al “sujeto” que actúa y sobre el que se impone ese discurso de
poder. El neoliberalismo construye ese “sujeto”. Lo moldea. Lo define. Lo
estructura en sus coordenadas de control, disciplina, dominación. El “sujeto”
que el neoliberalismo necesita es el homo
economicus de la teoría clásica pero no en su trama metodológica, como fue
la propuesta original, sino como condición biológica de la psiquis humana. Los
neoliberales del Monte Peregrino saben que su proyecto histórico no debe ser
cuestionado como existencia fáctica de la política y de la historia, por ello ahora
ellos consideran que debe estar presente a nivel molecular en el sentido más
literal del término, es decir, como procesos neuro-económicos del córtex
cerebral homo economicus. El
neoliberalismo pasa de una visión política hacia una deriva biopolítica[14].
2. La deriva biopolítica
El concepto de
biopolítica fue propuesto por el
filósofo francés, Michel Foucault para comprender la densidad y complejidad del
nazismo. El filósofo francés se preguntaba:
“¿cómo es
posible que un poder político mate, reclame la muerte, la demande, haga matar,
dé la orden de hacerlo, exponga a la muerte no solo a sus enemigos sino aun a
sus propios ciudadanos? ¿cómo puede dejar morir ese poder que tiene por
objetivo esencial de hacer vivir? ¿Cómo ejercer el poder de la muerte, cómo
ejercer la función de muerte, en un sistema centrado en el biopoder?”[15].
Para Michel
Foucault, en el nazismo aparecen de forma evidente las contradicciones de una
de las tecnologías de poder más importantes: el biopoder, o la biopolítica, en efecto:
“ … el objetivo
del régimen nazi no es sencillamente la destrucción de otras razas. Éste es uno
de los aspectos del proyecto; el otro consiste en exponer a su propia raza al
peligro absoluto y universal de la muerte … En la sociedad nazi tenemos, por
tanto, algo que, de todas maneras, es extraordinario: es una sociedad que
generalizó de manera absoluta el biopoder pero que, al mismo tiempo, generalizó
el derecho soberano de matar.”[16]
La cuestión es
cómo un sistema que elaboró un complejo modelo de controlar la vida a través de
diversas tecnologías de poder pudo también elaborar un perverso y extenso sistema
de muerte. La categoría de biopolítica
se inscribe en los intersticios de esta cuestión: toda política que administra
la vida, termina también administrando la muerte. Toda biopolítica tiene su contraparte en una tanatopolítica. Entre la vida y la muerte median las prescripciones
del poder ¿Cuáles son los criterios que permiten esa administración y esas
tecnologías de poder que administran la vida en las sociedades modernas? ¿Cuál
es el criterio de verdad que permite instaurar límites precisos en esas políticas
de la vida? El filósofo francés propone comprender las claves de la biopolítica en el estudio del
liberalismo:
“Pero me parece
que el análisis de la biopolítica sólo puede hacerse cuando se ha comprendido
el régimen general de esa razón gubernamental de la que les hablo, ese régimen
general que podemos llamar cuestión de la verdad, primeramente de la verdad
económica dentro de la razón gubernamental; y por ende, si se comprende con
claridad de qué se trata en ese régimen que es el liberalismo, opuesto a la
razón de Estado … una vez que se sepa qué es ese régimen gubernamental
denominado liberalismo, se podrá, me parece, captar qué es la biopolítica” [17].
El liberalismo,
en consecuencia, es algo más que una doctrina sobre la forma por la cual se
estructura y define el Estado y la política moderna. Es también el locus que
permite crear un régimen de verdad para administrar la vida, a través de
diferentes regímenes de verdad. Con Foucault se amplía el horizonte teórico
para la comprensión del discurso liberal, pero desde algo que puede adscribirse
a una hermenéutica de la sospecha.
Esta sospecha
se ve avalada por la forma por la cual el neoliberalismo crea sus supuestos de
base: (i) la sociedad, como diría Castoriadis: como “autocreación que se
despliega como historia”[18],
no existe; lo que existe son seres humanos concretos con intereses
individualizados y que buscan maximizar su propio interés; (ii) esos seres
humanos concretos pueden ser comprendidos bajo el argumento teórico del homo economicus, es decir, individuos
racionales, autónomos y egoístas; (iii) los comportamientos del homo economicus pueden ser identificados
como patrones conductuales que tienen una base neurobiológica específica.
Si el
comportamiento del homo economicus es
el supuesto de base del neoliberalismo, entonces, para comprender la historia y
la sociedad los criterios fundamentales ni son históricos ni son sociales son,
en última instancia, biológicos. Si son biológicos quiere decir que son
naturales. De esta forma, la explicación última de lo social como hecho y
problema está dada desde el bíos. La
economía abandona el campo de lo social para entrar en la esfera de la
naturaleza.
El concepto de
biopolítica permite identificar la
transición hecha por los neoliberales de un concepto creado para describir,
como decían los economistas liberales clásicos, caeteris paribus, el comportamiento de la demanda del consumidor,
esto es, un concepto teórico y con un rol epistemológico definido, hacia un
concepto estrictamente natural y biológico, al interior de una teoría del
comportamiento humano (behaviour), de tal manera que la condición de homo economicus deja de ser una
hipótesis teórica para convertirse en una conducta humana que puede ser medida
empíricamente a través del seguimiento de los procesos neuronales en algo
denominado como “neuroeconomía”.
Está en juego
una cesura radical: aquella que separa a los seres humanos de su propia
sociedad. Al separarlos de su sociedad los confronta contra ella. En ese
enfrentamiento la lógica de la individualidad se convierte en lógica de sobrevivencia.
El egoísmo es estratégico porque fundamenta el hecho social sin crear a la
sociedad. La sociedad, en el liberalismo, desaparece. Si la sociedad desaparece
también lo hace la historia. El homo economicus es ahistórico y asocial.
Al no pertenecer a la historia su tiempo se desvanece. Su principio de realidad
siempre es contingente y por ello es predictible. Cuando se junta a sus
semejantes no crea la sociedad sino la “masa”. En economía su comportamiento se
“agrega”. Como masas o como agregados macroeconómicos, la política, finalmente,
desaparece.
En esa
sociedad de individuos egoístas, éstos se ven obligados a crear un régimen de
verdad en el cual ellos se asumen estratégicamente. En el capitalismo ese
régimen de verdad está en la economía, y la economía encuentra su razón de ser
en la mercancía. Al actuar de esa manera, los individuos se mimetizan en el
universo de mercancías convirtiéndose también en mercancías. Un análisis que,
por lo demás, fue ya denunciado por el joven Marx en su teoría de la
alienación. De esta manera, el concepto de “capital humano” del arsenal teórico
de los neoliberales del Monte Peregrino constaba ya in nuce en las críticas a la economía política realizadas por el
joven Marx.
La teoría del capital humano de Gary Becker,
prominente miembro de la Sociedad del Monte Peregrino, es uno de los
acontecimientos más importantes en la trayectoria política de los “peregrinos”.
Es el epítome de sus teorías de la conducta del homo economicus. Para Becker, todo lo humano, como por ejemplo, el
matrimonio, la fertilidad de la mujer, el cuidado materno a los hijos, las
decisiones de optar por una carrera universitaria, la seguridad social, el
crimen, etc., pueden caber dentro del cálculo económico del capital humano. Para comprender las
lógicas del comportamiento, los neoliberales del Monte Peregrino toman como un
dato de base la noción de Becker del capital
humano y apuestan a un enfoque interdisciplinario que comprende la
etnología, las ciencias políticas, la antropología, la psicología y, por
supuesto, las neuro-ciencias, para crear ese régimen de verdad sobre el capital humano.
De esta
manera, el discurso de la economía pasa del plano social al plano biológico-natural.
La economía, en la deriva biopolítica,
ya no describe dinámicas sociales sino procesos biológicos. Si toda la conducta
humana es previsible dentro de las coordenadas del comportamiento supuestamente
estratégico, utilitario y egoísta del homo
economicus, entonces la comprensión de sus procesos biológicos más íntimos
puede convertirse en la clave para comprender la sociedad y la historia.
El paso de la
historia a la biología da cuenta de la distopía neoliberal y su violencia. Si
la historia la crean los hombres, escribía alguna vez Marx, entonces ellos
pueden transformarla. Para los neoliberales, ese horizonte humano de creación y
recreación de sus propias condiciones sociales de existencia, simplemente
desaparece de forma radical. La economía es un puro dato biológico que no se
discute. Es un fenómeno natural que no se cuestiona. La microeconomía
fundamenta la macroeconomía, y la microeconomía tiene en su base a la teoría
del comportamiento y ésta, a su vez, tiene como base la psicología, la
antropología, la etnología, entre otras disciplinas, que se fundamentan, en
última instancia, en el reconocimiento de los procesos neuronales del córtex
cerebral del homo economicus.
La
intervención sobre esos procesos neuronales puede dar cuenta y explicación de
fenómenos que antes se consideraban sociales como aquellos del desarrollo
económico, el crecimiento, la distribución de la renta, la división
internacional del trabajo, etc. La explicación de las diferencias entre las
economías, por ejemplo los EEUU y los países pobres, no está en las relaciones
de poder, ni en el mercado mundial y sus asimetrías, sino en que las
poblaciones de los países y regiones pobres tienen insuficientemente
desarrollado su córtex cerebral, lo que explica su tendencia a la violencia, la
debilidad de sus instituciones, su poco respeto a los contratos, etc. En
consecuencia, los neoliberales del Monte Peregrino consideran que ahora su
tarea es más ardua, más compleja y más vasta que su disputa con el
keynesianismo y con el marxismo, porque ahora tienen que crear las condiciones
de posibilidad para que los seres humanos puedan adscribir a la verdad del
mercado y el interés egoísta del cálculo racional en sus procesos
biológicos-neuronales.
Para lograrlo,
los neoliberales del Monte Peregrino asumen que el liberalismo debe crear un
régimen político sobre la vida, vale decir, un régimen biopolítico. Este régimen biopolítico
traza una frontera entre lo racional y aquello que aún no lo es en el campo de
lo humano. Lo racional, obviamente, adscribe a sus propias prescripciones[19].
La política neoliberal debe ampliar la esfera de la racionalidad humana. Esa
racionalidad humana, que comprende a su interior a la libertad como
neurobiología, se expresa en el mercado. Las sociedades de libre mercado, o
como las llama Douglass North, “sociedades de acceso abierto” dan cuenta de un
largo proceso evolutivo que se expresa en un comportamiento estratégico más
coherente y avanzado. No es gratuito el hecho de que los “peregrinos” hayan
escogido el concepto de “evolución” para su encuentro de junio de 2013. De esta
manera, no cabe oponerse al mercado y sus designios, porque implicaría desafiar
a la naturaleza. Los criterios de demarcación entre lo racional, que es lo que
ontológicamente tiene derecho a la existencia, y aquello que no lo es,
pertenecen ahora al campo de la biología.
Es curioso,
pero en el testimonio de Primo Levi y su paso por el campo de exterminio nazi
de Auschwitz, le llamaba la atención que quienes hacían la selección entre los
prisioneros que iban a los hornos crematorios de forma directa, y aquellos que
entraban a “trabajar” en el Lager, no eran ni los militares ni los oficiales de
las SS, eran los médicos[20];
a la larga, fue ese saber médico el que sustentó el discurso de la supremacía
de la raza en la locura del III Reich. Si Foucault llega a la biopolítica es porque uno de sus
primeros trabajos críticos fue, precisamente, la deconstrucción del saber
médico como un discurso de poder.
En la deriva biopolítica del neoliberalismo, son
también aquellos que utilizan criterios biológicos los que trazan la frontera
de lo humano y de lo racional. El problema es que toda frontera a nivel
biológico pierde de vista lo humano y lo convierte en bíos. Como bíos lo humano
pierde toda consistencia ontológica. Es materia que puede ser desechada,
neutralizada, controlada, intervenida. Puede entrar en el campo de la
profilaxis, como en el caso de la Shoah y ni siquiera suscitar ningún escrúpulo
moral, como cuenta Primo Levi en su testimonio, porque la administración de la
vida genera su contraparte en la administración de la muerte.
Quizá sin
proponérselo, pero al ingresar al territorio de la biopolítica los neoliberales del Monte Peregrino están provocando
una cesura radical en lo humano al degradarlo a su condición primaria de bíos. Lo humano es mucho más que el
comportamiento y, en definitiva, éste nada tiene que ver con las prescripciones
liberales del egoísmo y el cálculo estratégico. Mas, el neoliberalismo ha
perdido la brújula de lo humano y ha ingresado en el tenebroso laberinto de la biopolítica y la tanatopolítica.
De alguna
manera, el marxismo y el keynesianismo habían obligado a los neoliberales del
Monte Peregrino a asumir un debate con contenidos históricos, políticos y
sociales. Al desaparecer estos discursos los neoliberales del Monte Peregrino
sienten que no tienen ninguna responsabilidad para asumir ese debate y optan
por una hermenéutica de su propia episteme. Pero esa episteme parte de una
aporía radical: aquella de considerar al ser humano como ser egoísta y, en
consecuencia, por fuera de todo marco social e histórico. Un ser humano que ha
perdido todo contacto con su propia sociedad y que actúa en función propia es
más una aberración de la historia que una constatación teórica. Al concentrarse
en ese sujeto individualizado y egoísta a fortiori, no quieren comprender que
esta hipótesis de base fue solamente un recurso metodológico para sustentar y
comprender la demanda del consumidor en la economía clásica del siglo XIX. Para
los neoliberales del siglo XXI, esa hipótesis de base pierde su contexto
inicial y se transforma en proyecto político. En ese proyecto, los neoliberales
del Monte Peregrino representan un peligro para la humanidad, porque su deriva biopolítica, en última instancia, puede
convertirse en una deriva fascista.
3. La distopía final: la pax mercatoria
Entre el
vaciamiento de la política y la deriva biopolítica
del homo economicus se sitúa una
reflexión a la que los neoliberales del Monte Peregrino le dan mucha
importancia porque les otorga una proyección histórica y civilizatoria desde la
cual establecen un sentido de largo plazo para su proyecto político. En ese
horizonte civilizatorio los neoliberales encuentran también una justificación
ética para su proyecto. Esta reflexión establece las condiciones de posibilidad
para una comprensión de la historia y de la sociedad desde los marcos teóricos básicos
del neoliberalismo. Se trata de la
teoría liberal de las instituciones que en el caso de la economía neoliberal se
denomina neoinstitucionalismo económico,
y ahí constan nombres importantes de la sociedad del Monte Peregrino como J.
Buchanan, G. Tullock y G. Stigler. En la actualidad, los teóricos más
importantes del institucionalismo económico son Douglass North, Oliver
Williamson, Elinor Ostrom, entre otros.
El
institucionalismo liberal ha creado el umbral histórico y la textura social
necesaria para el despliegue de la racionalidad y la acción estratégica del homo economicus. En esta propuesta, la
condición de homo economicus es la
base para todo comportamiento humano independientemente de sus particularidades
identitarias o culturales. Todo ser humano debe ser asumido, desde el neoliberalismo,
como “capital humano” y, en
consecuencia, su “acción humana” como
la denominaba Von Mises, siempre es y será estratégica. A esta acción humana estratégica e
instrumental, la teoría liberal de las instituciones, cuando el homo economicus actúa en ese umbral
histórico y social, la denomina “acción
colectiva”[21].
En consecuencia, la “acción colectiva”
no significa una posición crítica de los individuos ante su propia historia y
su capacidad de interpretarla y transformarla, sino más bien la actualización
de intereses estratégicos individuales que convergen y que, de esta manera
refuerzan la visión del capital humano
como capital social.
En esta
reflexión ya no constan, ni siquiera como residuo, las preocupaciones
fundamentales de los liberales de mediados del siglo XX, es decir, aquella
disputa acre y dura contra los marxistas o contra los keynesianos que les
obligaba a los neoliberales a otorgar un sustento teórico y filosófico más
acotado a la realidad social e histórica.
En la actual teoría
liberal de las instituciones, los neoliberales incluso se dan el lujo de
reconocer ciertos aportes de Marx a quien reconocen sus preocupaciones por la
historia. Empero de ello, las referencias a Marx que hacen algunos de los
neoliberales de la escuela del neoinstitucionalismo económico, Douglass North
entre ellos, no debe llamar a engaño. Es una referencia hecha para legitimar
sus propias interpretaciones sobre la historia. En efecto, Louis Althusser
decía que Marx habría abierto, para las ciencias, el continente de la historia,
así como Tales de Mileto habría abierto el continente de las matemáticas[22].
Para la teoría institucional del neoliberalismo se trata de hacer precisamente
lo contrario: cerrar de forma definitiva la historia[23].
Sin embargo,
crear una textura social para el homo
economicus es una tarea compleja para los neoliberales, porque ellos parten
del supuesto de que la “sociedad no existe”. La teoría liberal de las
instituciones, en consecuencia, debe crear algo que para los neoliberales parece
una contradicción en los términos: un soporte social e histórico para una
categoría de base, en la ocurrencia el homo
economicus, que no se reconoce a sí mismo ni como social ni como histórico.
Por ello, una de las tareas claves de la teoría liberal de las instituciones es
limpiar a éstas de todo residuo social y de toda referencia histórica.
Ahora bien, la
discusión sobre las instituciones y su entramado social y humano siempre ha
estado atravesada por esas consideraciones de tipo social e histórico. Es
virtualmente imposible pensar a las instituciones por fuera de la sociedad y de
la historia. Castoriadis, por ejemplo, un pensador de orígenes marxistas y
crítico al liberalismo, escribía que “el hombre sólo existe en la sociedad y
por la sociedad … y la sociedad es siempre histórica”[24].
Ese carácter
histórico para los seres humanos formaba parte también de la comprensión de sus
marcos institucionales. Las instituciones eran la forma de crear ese complejo
plexo social en el cual los hombres se interrelacionaban y creaban el hecho
social, como lo indica Castoriadis:
“aquí la
palabra institución está empleada en su sentido más amplio y radical pues
significa normas, valores, lenguaje, herramientas, procedimientos y métodos de
hacer frente a las cosas y de hacer cosas y, desde luego, el individuo mismo …
¿Cómo se imponen las instituciones? … mediante la adhesión, el apoyo, el
consenso, la legitimidad, la creencia. Pero en última instancia lo hacen
mediante la formación (elaboración) de
la materia prima humana en individuo
social, en el cual se incorporan tanto las instituciones mismas como los
“mecanismos” de la perpetuación de tales instituciones.”[25]
Los individuos
siempre son “individuos sociales”,
nunca son átomos fragmentados de su propia sociedad, como los describe la
teoría liberal de las instituciones, porque lo humano en cuanto humano
solamente puede nacer y realizarse desde lo social, y lo social hace y conforma
a lo humano y, en consecuencia, a las instituciones que son, por supuesto,
construcciones humanas. Todos somos, escribe Castoriadis, “fragmentos
ambulantes de la institución de nuestra sociedad, fragmentos complementarios”[26].
Las instituciones son sociales porque nos permiten interrelacionarnos con el
mundo, interpretarlo y también interpelarlo. Toda institución, escribe
Castoriadis, es un sistema de interpretación del mundo. La identidad de una
sociedad “no es otra cosa que ese sistema de interpretación” de cada sociedad[27].
La institución fundamenta, en consecuencia, el hecho social, y también la
capacidad de comprender ese hecho social como conjuntos de códigos de
interpretación de la realidad.
Para los
liberales la cuestión, no obstante, es cómo desgarrar al tejido social para
fragmentar la conexión de lo humano con lo social, es decir, de los seres
humanos consigo mismos. Si el vaciamiento de la política crea un discurso de
poder por fuera de la política, entonces, y dentro de la misma lógica
neoliberal, la teoría de las instituciones del liberalismo tiene que crear una
sociedad por fuera del hecho social y en contra de éste. Para ser coherentes
con la visión estratégica del homo
economicus, la teoría social del liberalismo debe estar lo más alejada
posible de una comprensión holística y compleja del hecho social.
¿Cómo
fundamentar, entonces, al hecho social sin apelar a la sociedad? ¿Cómo pensar a
las instituciones por fuera de todo marco y referencia social? ¿Qué
instituciones son las más convenientes para la acción estratégica del homo economicus? La respuesta consta ya
en la pregunta: si el comportamiento estratégico del homo economicus se manifiesta en el mercado, entonces las
instituciones deben constar, registrarse y explicarse desde esa clave mercantil.
Hay que recordar que la noción de sociedad se subsume ya al interior del
concepto “economía social de mercado”.
Por lo tanto y de la misma forma, el concepto de institución debe también subsumirse
a la noción de “Estado social de derecho”.
Estos dos conceptos, hay que remarcarlo, conforman las coordenadas
epistemológicas básicas del neoliberalismo.
La teoría
liberal de las instituciones se inscribe, en consecuencia, en línea directa con
estos conceptos, pero fundamentalmente con el concepto de Estado social de derecho que había sido fundamentado por Hayek, el
factótum de la Sociedad del Monte Peregrino. Para Hayek, recordémoslo, el
Estado debe ser el garante de la libertad de mercado, en consecuencia, debe
establecer las reglas de juego que
permitan a los actores de este mercado maximizar su utilidad. Para la teoría
liberal de las instituciones, éstas también serán las reglas de juego de la sociedad. De hecho, esto es exactamente lo
que hace Douglass North cuando define a las instituciones como “reglas de juego”[28].
El mismo North sitúa a este concepto “reglas
de juego” al interior de la matriz teórica de otro de los referentes
fundamentales de los “peregrinos”, Von Mises, y su teoría de la “praxeología” o
“acción humana”. Para North, las reglas
de juego son parte de la praxeología o, si se quiere, de la acción humana, por ello, esas reglas de
juego aparecen como “limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la
interacción humana”.
Ahora bien, en
esta noción de “reglas de juego” desaparece, de entrada, el hecho social como
algo más que la convergencia de intereses individuales y toda la complejidad
humana se reduce a procesos de “intercambio humano” como “interacción humana”.
La “interacción humana” lo abarca todo: la economía, la política, el derecho,
la cultura, etc. El locus de esa “interacción humana”, por supuesto, es el
mercado.
El mercado, de
esta forma, se convierte en el Ser-en-cuanto-Ser del hecho social, es decir,
gracias a la teoría del institucionalismo liberal, el mercado adquiere una
consistencia ontológica, porque expresa un concepto también ontológico: la acción humana. Por ello, es desde el
locus del mercado y de su lógica que puede ser comprendido y explicado el
cambio institucional: “El cambio institucional conforma el modo en que las
sociedades evolucionan a lo largo del tiempo, por lo cual es clave para
entender el cambio histórico”[29],
la cuestión es que el motor del cambio institucional no hace referencia a
ningún proceso histórico, a ninguna conflictividad social, incluso a ningún
cambio tecnológico, para North y los institucionalistas neoliberales, el cambio
institucional se produce por cambios en los precios relativos y este cambio
siempre es incremental, nunca es discontinuo, es decir, las revoluciones
sociales son apenas episodios pasajeros de eventos más consistentes y
aparentemente reales que son los cambios en precios relativos de una estructura
social determinada. El mercado, con la teoría neoliberal de las instituciones,
adquiere también proporciones taumatúrgicas.
El cambio
institucional de la teoría neoliberal del institucionalismo es un cambio
histórico sin historia y sin sociedad. Es la referencia al puro interés egoísta
y estratégico del cálculo entre costos y beneficios, como racionalidad de la
historia. Pero esta apelación a la comprensión de las instituciones como un
conjunto de reglas de juego inscritas
dentro del comportamiento estratégico humano, tiene una proyección y una consecuencia
práctica cuando estas reglas de juego
se definen y estructuran al interior de los “derechos
de propiedad”.
Ahí subyace el
verdadero leit motiv de la teoría
neoliberal de las instituciones. Según los neoliberales, los derechos de propiedad permiten disminuir
los costos de transacción y generan cambios en los precios relativos que son
los que provocan, a su vez, cambios institucionales y, por tanto, cambios
históricos.
Como puede apreciarse,
la teoría de la historia de los neoliberales, tiene un andén de llegada en el
lobby de las grandes corporaciones transnacionales, los actores políticos por
excelencia de la teoría de los “derechos
de propiedad”. Con la clarificación de los derechos de propiedad que se establecen en los instrumentos
jurídicos supranacionales de los tratados internacionales de protección a las
inversiones y de libre comercio, se cierra el círculo del Estado social de Derecho.
Pero el
proyecto político de los neoliberales va más allá de reconocer los derechos de
propiedad de las grandes corporaciones y su rol demiúrgico de la historia. En
realidad, los neoliberales del Monte Peregrino pretenden realizar una relectura
de toda la historia humana desde la visión institucional de las reglas de juego y los derechos de propiedad. En esta reinterpretación
de la historia humana, sobre todo en la línea interpretativa de Douglass North,
toda la historia humana puede ser leída como un intento desesperado por
construir una sociedad de reglas abiertas y transparentes de mercado, es decir
el reconocimiento de los derechos de
propiedad, en algo que ahora denominaríamos como “seguridad jurídica” en sociedades
de acceso abierto. No solo que, según los neoliberales, con la sociedad
liberal hemos llegado al fin de la historia, sino que el capitalismo es la
teleología misma de la historia. Con la versión institucional del
neoliberalismo éstos han enmendado la plana al determinismo de los marxistas; y
cuando los neoliberales dice “toda la
historia humana” hay que leerla en el sentido más literal del término.
En efecto,
para Douglass North, John Wallis y Barry Weingast, la humanidad ha conocido en
toda su historia tres órdenes sociales básicos: un orden de predación (foraging order), un orden social de acceso limitado o
Estado natural (limited access order or natural state), y un orden social de acceso abierto (Estado liberal), (open access orders)[30].
Ahora bien, toda taxonomía, como sabemos, es sospechosa
porque detrás de ella subyace una forma de comprensión establecida por
circunstancias históricas específicas y relaciones de poder determinadas[31].
Toda clasificación está hecha desde una perspectiva histórica hecha para
reforzar al poder dominante en ese periodo concreto. El subtítulo del texto de
North, Wallis y Weingast, da cuenta, precisamente, de esa arrogancia del poder
neoliberal: “Un cuadro conceptual para
interpretar la historia de la humanidad” (A
Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History).
Cabe
preguntarse ¿por qué los neoliberales han tomado esa deriva teleológica y
determinista? ¿qué propuesta real subyace en los intersticios de esa
hermenéutica? ¿Qué consecuencias prácticas y concretas implican estas
consideraciones teóricas?
Pienso
que la visión histórica de los neoliberales y que se expresa en su teoría del
institucionalismo, es complementaria con su deriva biopolítica y su pretensión
de vaciamiento de la política, porque pretende otorgar un sustrato
civilizatorio al mundo que está emergiendo y conformándose desde la
globalización.
En
la deriva biopolítica, el plexo social se difumina en consumidores convertidos
y sometidos a la biopolítica del “capital humano” que actúan en espacios
colonizados desde el fetichismo mercantil y que Marc Augé ha bautizado como
“No-Lugares”[32].
En esos No-Lugares, la biopolítica del capital humano sanciona y disciplina a
los disidentes excluyéndolos del mercado, esa exclusión es ontológica, porque
para el capitalismo, el ser en cuanto ser encuentra expresión y existencia
desde el mercado. Es violenta porque aquellos que han sido excluidos del
mercado son sancionados con la invisibilización ontológica: su existencia no es
reconocida como tal. Desde esa invisibilización ontológica puede operar el
recurso de la tanatopolítica, es
decir, la capacidad de sancionar y administrar políticamente la muerte. La
figura del “terrorista” no es sino una de las formas de la tanatopolítica.
El
concepto de “reglas de juego” conduce directamente a los “derechos de
propiedad” y éstos a la Organización Mundial de Comercio, OMC, a los tratados
de libre comercio y de protección recíproca a las inversiones y de ahí a los
tribunales internacionales de conciliación y arbitraje. En ese tránsito, las
corporaciones transnacionales se han convertido en “inversionistas” y han
adquirido un soporte jurídico inédito: aquel que las reconoce como sujetos de
soberanía política.
En
la teleología del mercado, de acuerdo al proyecto político de los neoliberales,
el orden y la paz social mundial solo pueden garantizarse desde el
reconocimiento explícito desde el Estado-nación a las corporaciones
transnacionales como sujetos de derecho transnacional, con una capacidad de
soberanía política que ni siquiera tienen esos Estados-Nación. Esa capacidad política
transferida a las corporaciones puede dar cohesión y coherencia al que
considero el proyecto más importante de los neoliberales del Monte Peregrino y
su distopía final: la pax mercatoria.
La
globalización es una expresión de esa pax
mercatoria. Esta pax mercatoria
es la adscripción de los neoliberales al proyecto kantiano de la “paz perpetua”, y una referencia
histórica al imperio romano y su “pax
romana”. La pax mercatoria es la
regulación política del sistema-mundo capitalista desde el mercado mundial y en
donde las nociones de regulación de la paz mundial y, por consiguiente, de la
guerra, pasan por el filtro de las corporaciones transnacionales convertidas en
sujetos políticos.
La
pax mercatoria es la clausura
definitiva de la historia en el pliegue del neoliberalismo. Es la distopía que cierra
la sociedad entre la biopolítica y la tanatopolítica. Para los neoliberales del
Monte Peregrino, nunca como ahora su proyecto político debe ser más pregnante y
prioritario. Nunca como ahora el neoliberalismo ha tomado un cariz tan vasto y
civilizatorio; y precisamente por ello, el neoliberalismo y su proyecto
político se convierten en el peligro más importante para toda convivencia
humana pacífica y ecológicamente responsable.
Toda
resistencia al neoliberalismo se convierte, en consecuencia, en resistencia a
la conversión del mundo entero en un No-Lugar, en resistencia a la colonización
de la vida humana en los regímenes de
biopoder y sus regímenes de verdad, en resistencia al proyecto autoritario de
la pax mercatoria.
Esa
resistencia tiene que recuperar la política para devolver a la sociedad el
sentido de su historia. Tiene que oponerse al vaciamiento de la política y
rebasar los marcos liberales de la política y pensar que la democracia es un
campo de disputas que ahora ha sido colonizado y secuestrado por la episteme de
los neoliberales del Monte Peregrino. Esa recuperación de la democracia solo
puede darse recuperando aquello que los antiguos griegos denominaban el ágora, los indígenas andino-amazónicos
denominan comunidad y que ahora se
está forjando en las calles y plazas de todo el mundo.
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[1] El encuentro se
realizó la última semana de junio de 2013, en las instalaciones del Galapagos Academic Institute of Arts and
Sciences (GAIAS), en las Islas Galápagos, de la Universidad privada
ecuatoriana San Francisco de Quito (USFQ). El eje temático de la reunión fue:
“Evolución, ciencias humanas y libertad” (Evolution, the human sciences and
liberty).
[2] “¿Puede
sobrevivir el capitalismo? No; no creo que pueda” Schumpeter, J.: Capitalismo,
socialismo, democracia, Ed. Orbis, España, 1983, pp. 95.
[3] Hayek, F.:
Discurso de apertura del Coloquio en Monte Peregrino, citado por Audier, Serge:
Néoliberalisme(s) Une archéologie intelectuelle. Grasset, París, 2012, pp. 234.
Traducción propia.
[4] Audier, op.
cit., pp. 330.
[5] Entre los think
tanks más importantes de los neoliberales pueden mencionarse los siguientes: La
Atlas Economic Research Foundation fundada por Antony Fisher, el Acton
Institute for the Study of Religion and Liberty, The Adam Smith Institute, la
Agencia Interamericana de Prensa Económica, el American Enterprise Institute
(AEI), la Association pour les Libertés Economiques et le Progrès Social
(ALEPS), el Atlantic Institute for Market Studies (AIMS), el Carl Menger
Institut, el Cato Institute, el Center for Private Conservation, el Center for
Social and Economic Research (CASE), el Centre for Civil Society, el Centre for
the New Europe (CNE), el Centre International d’Études pour la Rénovation du
Libéralisme, el Centre Jouffroy pour la Réflexion Monétaire, el Centre d’Études
du Développement International et des Mouvements Économiques et Sociaux
(CEDIMES), el Centre for the Independent Studies (CIS), el Centro de
Divulgación del Conocimiento Económico (CEDICE), el Centro de Estudio sobre la
Libertad (CESL), Centro de Estudios Económicos (CEES), Centro de Estudios
Públicos, Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES), Centro
de Investigaciones sobre la Libre Empresa (CISLE), Centro Einaudi, Chang-hua
Institution for Economic Research (CIER), el Claremont Institute, el
Competitive Enterprise Institute (CEI), la Foundation for Economic Education
(FEE), la Fundación Francisco Marroquín, el Fraser Institute, la Heritage Foundation,
el Institute Économique de París, Institut Universitaire des Hautes Études Internationales,
Institute of Economic Affairs (IEA), Instituto Libertad y Democracia, James
Madison Institute (JMI), International Policy Network (IPN), Sociedad para el
Estudio de la Acción Humana (SEAH), Timbro Free Market Institute, etc. Cfr. Dieter
Plehwe and Bernhard Walpen, Between network and complex
organization: The Making of Neoliberal Knowledge and Hegemony, en el sitio web:
http://www.forba.at/data/downloads/file/300-Plehwe-Walpen.pdf (visita de junio
2013). Puede verse, para el
caso de América Latina, el estudio de Daniel Mato: Think Tanks, fundaciones, y
profesionales en la promoción de ideas (neo)liberales en América Latina. En:
Alejandro Grimson (comp.): Cultura y Neoliberalismo. CLACSO, Buenos Aires,
2007.
[6] “La falacia de
que un orden racional en la gestión económica es posible dentro de una sociedad
basada en la propiedad pública de los medios de producción tiene su origen en
la errónea teoría del valor formulada por los economistas clásicos, así como a
la tenaz incapacidad de muchos economistas modernos para captar el teorema
fundamental de la teoría subjetiva y comprender hasta las últimas consecuencias
que del mismo se derivan.” Von Mises, Ludwig: La Acción Humana. Tratado de
Economía. Unión Editorial. 8va. Edición. España, pp. 250.
[7] Keynes, J.M.:
Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero. FCE, México, 1992, pp.
26
[8] Hay que
advertir que esta visión es también compartida por Marx y los marxistas. En
efecto, para Marx, la teoría de la plusvalía demostraba los niveles de
explotación a la fuerza de trabajo y la emisión monetaria tampoco podía alterar
esa explotación a los trabajadores, a pesar del hecho de que en el tomo II del
Capital, y que sería editado por F. Engels, Marx analiza al capitalismo desde
el denominado “capital dinero” pero como una forma fenoménica del proceso de
producción de plusvalía.
[9] En realidad,
las preocupaciones por un reestablecimiento de la teoría cuantitativa de la
moneda forman parte de las preocupaciones originales de Friedman; de hecho, en
uno de sus primeros estudios de 1936: “Marginal
Utility of Money and Elasticities of Demand”, establece ya lo que sería su marco
conceptual y epistemológico: la moneda como parte de fenómenos naturales y
positivos de la economía y la sociedad y, por tanto, neutral. Esta preocupación
sobre la moneda y la teoría cuantitativa se expresa también en su estudio de
1942: “The Inflationary Gap: II. Discussion of the Inflationary Gap”, y en 1952
publicaría: “Price, Income, and Monetary Changes in Three Wartime Periods”; sin
embargo, es en el texto de 1956 cuando Friedman logra convertir, por vez
primera para los neoliberales, a la teoría cuantitativa de la moneda como
teoría de la demanda monetaria y con ello abre una grieta en el edificio
teórico keynesiano desde el cual filtrar una serie de críticas y
cuestionamientos a Keynes desde la episteme neoliberal.
[10] Para una
crítica a la manipulación de los datos y al uso metodológicamente abusivo de la
econometría por parte de los neoliberales, en especial la particular lectura
que hace Friedman sobre la crisis americana de 1929 y la política monetaria de
la crisis, puede verse: Meghnad Desai: El Monetarismo a prueba. FCE, México,
1989. Esa tendencia a manipular de forma grosera y arbitraria los datos en
función de la doxa, y que puede
decirse que tiene en Milton Friedman su base fundacional, tuvo en el año 2013
una confirmación en las críticas realizadas al texto de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, profesores
de Harvard y, en el caso de Rogoff, tecnócrata del FMI, que establecía en su
paper: “Crecimiento en una época de deuda” que elevados niveles de deuda pública,
generalmente del 90% o superiores con relación a la producción nacional (PIB)
se asociaban con índices de crecimiento considerablemente más bajos. Varios
estudios demostraron que Rogoff y Reinhart habían manipulado los datos con el
objetivo de apoyar académicamente a las prescripciones del FMI, del Banco
Central Europeo, y la Comisión Europea para otorgar una base mínima de sustento
teórico a las políticas de ajuste macrofiscal y austeridad que estaban
imponiendo en varios países europeos, Para la crítica y demostración de los
errores de Rogoff y Reinhart, ver: Thomas Herndon,
Michael Ash y Robert Pollin: “Does High
Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? A Critique of Reinhart and
Rogof”, en el sitio web:
http://www.peri.umass.edu/fileadmin/pdf/working_papers/working_papers_301-350/WP322.pdf (visita de junio de 2013). Para el paper de Rogoff y
Reinhart ver su texto “Growth in
Time of Debt” en el link :
http://scholar.harvard.edu/files/rogoff/files/growth_in_time_debt_aer.pdf (visita de
junio de 2013).
[11] Strictu sensu,
el “premio Nobel en economía” no existe, es un invento del Banco Central de
Suecia y ha sido denunciado por varios miembros de la familia Nobel como una
alteración y distorsión a la memoria de Alfred Nobel. Los “peregrinos” han
colonizado también este espacio y, de hecho, lo controlan. Es casi imposible ganar
este “premio” sin el aval y consentimiento de los “peregrinos”. Los
“peregrinos” colonizaron este premio porque les permitía dar un lustre
académico y científico a su proyecto político y sus propuestas teóricas en su
batalla de las ideas.
[12] Quizá uno de los mejores textos para
comprender ese rol heurístico de la crisis dentro del proyecto político de los
neoliberales, sea el libro de Naomi Klein: La Doctrina del Shock. El Auge del
Capitalismo del Desastre. Ed. Paidós, España, 2007.
[13] La democracia nunca
es un cascarón vacío, sino un continente que vale en función de ciertos
contenidos, advertía en esa época el pensador ecuatoriano Agustín Cueva. Para
comprender a las democracias neoliberales que procesaban el ajuste macrofiscal
del FMI, Cueva propuso el concepto de “democracias restringidas”. Cfr. Cueva,
Agustín: Las democracias restringidas de América Latina. Elementos para una
reflexión crítica. Ed. Planeta, Quito, 1988.
[14] En el meeting de junio de 2013, de los 21
conferencistas del MPS (Mont Peregrin Society), apenas tres de ellos eran
economistas, cinco eran antropólogos, con énfasis especial en estudios del comportamiento,
seis de ellos especialistas en neurociencias, tres politólogos, un médico, un
etnólogo. Todos ellos, de una u otra forma, convergían en un análisis de
comportamiento psicológico con bases neuronales y fisiológicas como condición
de posibilidad para comprender a las sociedades “libres” y “occidentales”; de hecho,
uno de los ponentes, Joaquín Fuster, presentó una ponencia con el nombre de: The Neurobiology of Liberty (La Neurobiología de la Libertad). Cfr.
[15] Foucault Michel: Defender la sociedad: Curso
en el Collège de France (1975-1976), FCE, Buenos Aires, 2001, pp. 230
[16] Ibid, pp. 234
[17] Foucault,
Michel: Nacimiento de la biopolítica: Curso en el Collège de France 1978-1979,
FCE, Buenos Aires, 2008, pp. 41.
[18] Castoriadis,
Cornelius: Los dominios del hombre. Las encrucijadas del laberinto. Gedisa
Editorial, España, 2005, pp. 73.
[19] Lo racional,
para los neoliberales, comprende también conductas consideradas no racionales,
como por ejemplo, el altruismo, la solidaridad. Es decir, para los
neoliberales, el cálculo económico comprende toda racionalidad que no sea
aleatoria con respecto a la realidad. Ver: Becker, Gary: Irrational Behavior
and Economic Theory. En: The Essence of Becker, Standford University, 1995, pp.
18-35.
[20] Cfr. Primo
Levi: Si, esto es un hombre. En: Trilogía de Auschwitz. Ed. Océano, España,
2005
[21] Esta acción
estratégica del homo economicus tiene también su propia elaboración teórica al
interior de la teoría liberal de las instituciones, se la considera como
“acción colectiva” y forma parte de las teorías
de la acción del funcionalismo anglosajón.
La acción colectiva le permite
a los liberales un giro sociológico importante para comprender a la sociedad
sin apelar a las nociones de conflicto y de “lucha de clases” que habían
caracterizado a la sociología crítica.
[22] “Las ciencias
que conocemos están instaladas sobre algunos grandes “continentes”. Dos
continentes se habían abierto al conocimiento científico antes de Marx: el continente-Matemáticas
y el continente-Física. El primero a través de los griegos (Tales), y el
segundo gracias a Galileo. Marx abrió al conocimiento científico un tercer
continente: el continente-Historia.” Althusser, Louis: Escritos I. La
filosofía: arma de la revolución. Ediciones Contacto, Colombia, 1971, pp. 17.
[23] La pretensión
del liberalismo de clausurar la historia de forma definitiva es una constante
desde sus inicios. Ya en el siglo XIX el filósofo alemán J. G. F. Hegel había
propuesto el concepto de “fin de la historia” en su historia del desarrollo de
la Idea Absoluta que él identificaba con el Estado moderno. El filósofo francés
A. Kojève también retoma las propuestas del fin de la historia que provenían de
Hegel y las transmite a su alumno Francis Fukuyama, de hecho esta propuesta
será recogida por el politólogo americano, Francis Fukuyama, y tecnócrata del
think tank del Pentágono, la Rand Corporation, quien escribirá un libro sobre
ello: El Fin de la Historia y el Último Hombre, Ed. Planeta, Barcelona-España,
1992.
[24] Castoriadis,
op. cit., pp. 66.
[25] Castoriadis,
op. cit., pp. 66-67, cursivas mías.
[26] Ibid, pp. 68.
[27] Ibidem.
[28] “Las
instituciones son las reglas del juego en una sociedad o, más formalmente, son
las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana.
Por consiguiente, estructuran incentivos en el intercambio humano, sea
político, social o económico.” North, Douglass: Instituciones, cambio
institucional y desempeño económico. FCE, México, 2006, pp. 13.
[29] North,
Douglass, op. cit. P. 13.
[30] Cfr. Douglass
North, John Joseph Wallis y Barry R. Weingast: Violence and Social Orders. A Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History.
Cambridge University Press, New York, 2009.
[31] Para una
crítica de las taxonomías como epistemes sociales determinadas, puede verse:
Michel Foucault: Las Palabras y las Cosas. Una arqueología de las Ciencias
Humanas. México, Siglo XXI Ed., 1981.
[32] Cfr. Augé,
Marc: Los No-Lugares espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad.
Gedisa editorial. Barcelona-España, 2000.
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