Raúl Prada Alcoreza
Dedicado a Pututu, agrupación política que apoyó
las candidaturas de Marcelo Quiroga Santa Cruz, sobre todo a su programa de
nacionalizaciones, cuando la UDP había renunciado a esta tradición
nacional-popular, cuando el FRI, el frente de izquierda, también veía que no era
el momento. A pesar que Domitila Chungara propuso también asumir un programa de
nacionalizaciones, pero fue reprimida por
los jerarcas del Partido Comunista ML, recordándole que la coyuntura no
era para eso. Pututu se conformó con
varias corrientes de izquierda, diseminadas por su propia crisis, después de la
derrota de la Asamblea Popular. Había troskystas, como Walter Milligan, que
venía de las disidencias del POR, estaban radicales del proyecto guerrillero,
como José Antonio Quiroga, que venía del PRT, estaban también troskystas de la
izquierda nacional (Grupo Octubre), como Juan Pelerman, Pedro Suz y mi persona,
que me adherí, después de mi distanciamiento del Grupo Octubre, al POR de Pie,
otra disidencia del POR. Así mismo estaban Enriqueta Alzérreca Barbery, que
venía de los grupos de estudios del POR, que dirigía Juan Pablo Bacherer, como
también Pilar Prudencio, que buscaba, en plena alba juvenil, participar de la
lucha política.
Pututo se deshizo
cuando Marcelo Quiroga Santa Cruz invitó a ingresar a sus miembros al PS-1. Pututu había planteado puntos de
discusión: La cuestión del partido, que, en ese entonces, todos entendíamos que
era el partido bolchevique; la cuestión de la lucha armada o la insurrección;
la cuestión de la transición, la combinación de las tareas democráticas-nacionales
con las tareas socialistas; la cuestión de la formación, y la cuestión
electoral. Marcelo propuso que esos temas se los discutan dentro del PS-1.
Todos los miembros de Pututu
ingresaron al PS-1, a excepción de mi persona, de Enriqueta y Pilar. Los que ingresaron no pudieron resistirse;
Marcelo era no solamente toda una referencia histórica intelectual y política,
además de ética, sino también un exuberante orador, además de contar con una
afabilidad seductora. Los miembros de Pututu
tuvieron tareas importantes en el PS-1, formación de cuadros, el periódico Mañana el Pueblo y otras tareas
importantes. La ventaja de Juan Pelerman y Pedro Suz era que podían articularse al eje constitutivo más importante
de Marcelo, el devenir de las tradiciones fuertes de la episteme boliviana, la de la defensa de los recursos naturales, la
cuestión nacional y un marxismo latinoamericano. No ocurría, como pasó con la
otra izquierda que ingresó también al PS-1, que venía de tradiciones
socialista, incluso guerrilleras. La decodificación que hizo esta izquierda de
Marcelo Quiroga Santa Cruz fue a partir de generalidades del socialismo, no
desde la incumbencia de la dramática historia insurreccional nacional-popular y
social. Entonces dedicó este escrito a
este grupo fugaz, que llegó a sacar un periódico, que se difundió rápidamente;
el nombre del periódico era también Pututu, el título
del primer número era sugerente: ¿Quién
pagará la deuda?
El concepto de gobernabilidad se define
significando la cualidad de gobernar, de la acción de gobernar. Si se puede seguir usando la metáfora de la
nave y las fuerzas del mar, podemos figurar gobernar como la conducción lograda
de la nave, manejando las fuerzas que amenazan con hacerla naufragar. Cuando ponemos el título de gobernabilidad
tramposa queremos hacer hincapié en la ilusión de gobernar por medio de
procedimientos tramposos. Lo que ocasiona esta ilusión o sus procedimientos
teatrales es terminar hundiendo la nave, entregándola a las fuerzas que
amenazan naufragarla. No hay gobierno
posible sustentado sobre métodos tramposos. El bluf, el engaño o, si se quiere,
la astucia descomedida, sólo puede lograr su cometido, alguna que otra vez, en
un tiempo perentorio. Del mismo modo, recurriendo nuevamente a la metáfora, no
se puede engañar a la tripulación de la nave y a los pasajeros, no se puede
“engañar” a las fuerzas que amenazan, a la carga transportada, por mucho
tiempo; las artimañas de Ulises solo
tienen un alcance ocasional. Tal cual el mensaje de Poseidón en la Odisea: Los humanos no son nada sin los dioses.
Ulises naufraga; es recogido en la playa para ser ayudado por hombres y dioses,
en constante disputa, a llegar a su añorada Ítaca y a los brazos de su amada.
La gobernabilidad tramposa es el conjunto
de procedimientos, métodos, argucias, montajes, manipulaciones, chantajes,
coerciones, que buscan, como en la prestidigitación, impresionar, afectar a los
sentidos, agradando a los concurrentes, con un saludable juego de trucos. Una
gobernabilidad traposa nunca va a poder sustituir a la gobernabilidad
propiamente dicha, independiente de esta forma de gobernabilidad, pues no se
gobierna las fuerzas con trampas. El engaño termina en un autoengaño, más
peligroso aún, pues el prestidigitador ilusionado con su propia ilusión ya se
encuentra desconectado de la “realidad”, de la que ya no tienen información
fidedigna. El prestidigitador está “destinado” a naufragar creyendo que va por
buena ruta; en estas condiciones es muy improbable que se dé cuenta de lo que
pasa y de lo que ha ocurrido, incluso cuando se encuentre ya ahogado.
Cuando se quiere llenar el vacío o la
ausencia de transformaciones institucionales y estructurales por la publicidad
desmesurada de cambios, es parte de los procedimientos tramposos. Cuando se
opta por cambiar los nombres del Estado-nación llamándolo plurinacional, es
parte del juego ilusionista. Cuando no se culminan nacionalizaciones,
comenzadas con mucha pompa, es parte de las tareas parciales, dejadas en el
camino. Cuando se esfuerza por demostrar el impacto del cambio por el
crecimiento económico, reducido a la variación estadística, se manifiesta un
fetichismo por las cifras, olvidando que las cifras son nada sin su sostén cualitativo.
Si el crecimiento no es estructural, si no es material, si no connota una
transformación de la matriz productiva dependiente, no hay tal crecimiento sino en las cifras, que
es el alimento ficticio de los estadistas, de los comentaristas y de los
organismos internacionales; de ningún modo esto se transforma en alimentos para
la población, cuya canasta familiar ha subido estrepitosamente, concentrándonos
en el índice de precios de alimentos, no en el IPC del INE, que también es
tramposo, pues se llena de tantas cosas la llamada canasta familiar, que el
peso específico de lo que en lo que gasta el pueblo se pierde. Cuando se dice que se va a hacer una
carretera geopolítica que cruza el núcleo de un territorio indígena, a pesar de
estar protegido por la Constitución y las leyes, se continua con la ampliación
de la frontera agrícola, con el modelo extractivista y se apunta a la
subordinación al IIRSA, digan lo que digan los voceros del gobierno. Cuando se
efectúa una consulta espuria, tardía, impuesta, no informada, que no cumple con
la estructura normativa y conceptual de la Consulta con Consentimiento, Previa,
Libre e Informada, se recurre a la manipulación ostentosa, a la violencia
física y simbólica del Estado. Cuando se efectúa una enumeración incompleta,
que pretenden hacerla pasar como Censo de Población y Vivienda, sin contar con
la actualización cartográfica, que es un requisito indispensable, una condición
necesaria, destrozando, además, la parte de la boleta de comparación
internacional, incorporando preguntas sin sostén metodológico, se está ante la
más desvergonzada y patética muestra de irresponsabilidad. El censo
“científico” sirve a todos, sobre todo al gobierno; particularmente al pueblo,
con el objeto de la planificación integral y participativa. Cuando se declara
discursivamente la pose anti-imperialista, mientras en la práctica se
someten a las determinaciones del
sistema financiero internacional, el orden mundial imperial, siguiendo una
política ortodoxa monetarista, entregando las reservas a bancos privados y los
recursos naturales en concesión a las empresas trasnacionales, estamos ante una
impostura, que hace pasar gato por liebre. Cuando se habla hasta desgañitarse
de lucha contra la corrupción, mientras se cierra los ojos ante la extensión
desbordante y la “democratización” popular y cupular del diagrama de poder de
la corrupción, estamos ante quiebre ético y moral sin precedentes, que no puede
ocultarse con imprecaciones oficiales. En fin, el conjunto de estas prácticas
conforma y configura una gobernabilidad tramposa.
A toda esta lista de prácticas tramposas
podemos añadirle la cooptación de dirigentes de organizaciones sociales,
principalmente sindicales, por medio de procedimientos clientelares,
prebendales y de corrosión, separándolos del papel que deben cumplir como
dirigentes y representantes sociales, convirtiéndolos dolosamente en los otros
portavoces oficiales. También debemos añadir a la lista la práctica de sobreprecios
en todas las obras públicas; pasando por la sobrevaloración de las carreteras;
por el presupuesto de la construcción de viviendas, mayormente fantasmas; así
como la insólita entrega de tierras a campesinos en Bulo Bulo, para después
prácticamente comprarlas, indemnizándoles a buenos precios, para instalar la
planta de fertilizantes, en un lugar muy lejos de la fuente de gas; de este
modo llegamos a los sobreprecios
sobrecargados de las plantas separadoras de gas, los sobreprecios de los satélites comprados a
China y el sobreprecio del teleférico. La lista parece interminable; empero no
se trata de ser exhaustivos, sino sólo ilustrar mediante la descripción de
síntomas alarmantes de la extensión de prácticas corrosivas
institucionalizadas, prácticas paralelas de apropiación indebida de fondos, que
conlleva de suyo la despolitización absoluta. De todas maneras, pasando a otros
rubros de la lista, habría que incursionar también en la subordinación del
órgano judicial, la imposición de magistrados, cuando se perdieron las
elecciones, ganando el voto nulo, lo que anulaba automáticamente las
elecciones. En este camino, anotar la manipulación arbitraria de las leyes, la
aprobación de leyes inconstitucionales, además de represivas, como las relacionadas a la criminalización de
la protesta. En fin, estamos ante el despliegue proliferante de las formas
prácticas de la gobernabilidad tramposa.
No se crea que este es un fenómeno
boliviano; no lo es, pasa con todos los gobiernos “progresistas”, cada uno a su
manera, con su propia historia, en sus propios contextos y con sus propias
particularidades. Tampoco se crea que sea
un fenómeno que sólo atraviesa a los gobiernos “progresistas”, sino que
también pasa con las otras formas de gobierno; por ejemplo, las formas de
gobierno llamadas neo-liberales. No solo pasa con los gobiernos del sur del
sistema-mundo capitalista, sino también con los gobiernos del norte, de los
países de los centros tradicionales del sistema-mundo capitalista. Ocurre que
la forma de gobernabilidad tramposa se ha generalizado, adquiriendo formas
peculiares locales y regionales; ocurre que los gobiernos han optado por la simulación, tratando de escapar con esta
mimesis a las determinaciones de la
“realidad”. Un ejemplo claro es la opción, proyectada mundialmente, por la
valorización especulativa del capital, por la especulación financiera, por las
llamadas burbujas financieras, que han llevado rápidamente a una crisis financiera
y estructural del capitalismo de connotaciones expansivas e intensivas
demoledoras.
Refiriéndonos a los últimos gobiernos de Estados Unidos de Norte América, vemos
que hasta ahora no se ha aclarado lo acaecido el 11 de septiembre; ¿Cuánto
sabían los servicios de inteligencia? ¿Cuánto han dejado hacer, contando con la
información? Tampoco se ha aclarado por qué se da el derrumbe pulverizador de
las Torres Gemelas, como si hubiera actuado una ingeniería de demoliciones.
Después de la segunda guerra del golfo, con la invasión y ocupación de Irak,
nunca se ha explicado por qué no se encontraron las armas de destrucción
masiva, que fue la excusa de la invasión militar. En otro terreno, los jerarcas del gobierno no
explican nunca la crisis de la vivienda, la devolución de alrededor un millón
de casas por año de parte de los deudores, empujados a la calle; así mismo no
explican por qué cuando se tiene que buscar salidas a la crisis financiera, lo
primero que hacen es donar enormes fondos a los bancos, que son los culpables
de la crisis, y por qué lo primero que
se hace es pagar los grandes sueldos de los grandes directores de bancos y
empresas. Lo mismo pasa en Europa, la llamada intervención de la crisis
financiera pasa por refinanciar a los bancos, sin reactivar el aparato
productivo. En este contexto, han estallado los escándalos de corrupción en los
gobiernos europeos, también en el estadounidense. En esta lista, corta e
ilustrativa, podemos añadir la promoción de la guerra, basada en la inversión
cuantiosamente enorme en la industria de armas y en la reproducción del mercado
de armas, lícita e ilícita. Estos gobiernos de los centros del sistema-mundo
capitalista, así como los organismos internacionales, hablan de paz, cuando en
la práctica cierran los ojos o, lo que es peor, promueven la reactivación de la
dinámica de la guerra. ¿No son estos ejemplos de una gobernabilidad tramposa?
Estamos ante un fenómeno político del
periodo, la simulación, el diagrama
de poder del control y la gobernabilidad tramposa. Hay que entender y comprender este fenómeno,
¿cuáles son sus condiciones? ¿Cuáles son sus estructuras? ¿Cuáles son sus
dinámicas y procesos? ¿Cuáles son los
perfiles, sus subjetividades y sus expresiones? Para tocar estas preguntas, no abarcaremos el
panorama de las descripciones que hicimos, sino nos circunscribiremos al
panorama boliviano, con anotaciones sobre algunos gobiernos progresistas de Sud
América, en el contexto, el periodo y las coyunturas del presente.
Las composiciones de la
gobernabilidad tramposa
A diferencia de los escritores, narradores,
teóricos y críticos de las tres primeras cuartas partes del siglo XX, de
aquellos que podemos definir como configurantes de la episteme boliviana, que ponían la mirada atenta en los
desplazamientos de los particularismos, localismos y regionalismos, a partir de
teorías generales, sobre la historia, la nación, el capitalismo, el Estado y la
sociedad, hoy, en el comienzo del siglo XXI, sus primeras décadas, debemos
poner atención a las dinámicas
moleculares de sociedades alterativas, de espesores territoriales, de
complejidades ecológicas, de nudos gordianos histórico-políticos. Hacer esto a partir de dinámicas teóricas
críticas que rescaten y lean las complejidades, las simultaneidades, las
yuxtaposiciones, las curvaturas espacio-temporales, sacando a luz la
integralidad de cada “átomo” de “realidad”, como en un holograma, que reproduce
como síntesis singular la integralidad del mundo o de los mundos de la
modernidad tardía y del sistema-mundo capitalista, en lo que parece ser su
crepúsculo histórico. En otras palabras, más simples, decimos que las
contradicciones profundas del “proceso” de cambio boliviano, tienen que ser
evaluadas no sólo a la luz de sus propias historias políticas y sociales, sino
de las historias políticas y sociales de otros “procesos” y “revoluciones”
dados en el mundo, pues ocurre como si las posteriores “revoluciones” se
alimentaran de las anteriores, como si las tuvieran en cuenta en su memoria. Lo
mismo pasa con una especie de difusionismo de sus problemas contingentes y sus
contradicciones inherentes. En la modernidad no hay una sola sociedad aislada,
aunque si hay sociedades diferenciales, concretas y específicas, que responden
a su propia conformación histórica.
Al respecto, lo que llama la atención en
los “procesos” políticos de los gobiernos progresistas de Sud América es que se
topan con los mismos dilemas, problemas y límites de las “revoluciones” del
siglo XX. Llegados al poder los “revolucionarios” se apoderan del Estado y en
vez de destruirlo lo usan para defenderse; al usarlo lo fortalecen, lo hacen
inmensamente más absoluto, convirtiéndolo en un Estado policial. El Estado, la
maquinaria estatal, termina tragándoselos, convirtiéndolos en engranajes de estructuras
de poder ya establecidos. No es que los “revolucionarios” tomaron el poder,
sino que el poder los ha tomado, parafraseando un enunciado acertado del MST de
Brasil respecto a su partido el PT. Todas las “revoluciones” cambian el mundo,
el mundo no va ser lo que fue antes; empero, estas “revoluciones” se hunden en
sus propias contradicciones; no pueden resolver el problema del poder y el
problema del Estado, no pueden destruir el poder y el Estado, no pueden
inventar, con todos los sublevados, una forma política colectiva, asociativa y
participativa en la construcción de decisiones. Se reproduce la burocracia, la
racionalidad burocrática, la jerarquía, la subordinación, la obediencia
obcecada y sumisa, el oportunismo
clientelar y los discursos rimbombantes, que tratan de sustituir las falencias
con explicaciones estrambóticas, sin contenido ni argumentos. Se rebaja el
debate a la diatriba, a la descalificación, si no es a la represión abierta. No
se acepta la crítica, se la considera “libre pensante”, como queriendo
descalificar con un uso figurativo de los conservadores respecto de los
liberales, en sus confrontaciones “ideológicas” del siglo XIX. Se coloca
abusivamente al sujeto de esta enunciación en la pose de “revolucionario”, sin
más explicación, descalificando de entrada al resto, sobre todo a la crítica.
Como pretendiendo que el “revolucionario” es el que se calla, el que asume
disciplinadamente el rumbo sinuoso de un “proceso”, el que sufre con este
“proceso”, contribuyendo, como los conductores a su caída. Se resume el significado denso de un
“proceso” politico, históricamente complejo, al símbolo del caudillo, haciendo
genuflexiones ante su figura carismática, mostrando, sin embargo, la caduca
subordinación a la estructura patriarcal, inherente a los estados y al
despotismo al que es llevado un individuo, sin saberlo necesariamente, por la
disponibilidad sin límites del poder, acompañado por conjuntos de llunk’u, sujetos castrados, que le crean
al caudillo microclimas de ceremonialidad, ritualidad y adulación, desconectándolo
de la “realidad”. Para esta gente, la “revolución” se resume en el caudillo,
olvidando a las multitudes, a los pueblos y naciones indígenas originarias, a
los movimientos sociales anti-sistémicos, que abrieron e inventaron un proceso
descolonizador, anti-neoliberal, anticapitalista y anti-moderno. Los auténticos
protagonistas del proceso politico y social interpelador. Esta gente, estos
sujetos de la enunciación panfletaria y propagandista oficialista, no hace más
que repetir los perfiles problemáticos de esas subjetividades apologistas, que
cantan a la “revolución” cuando precisamente ésta requiere de su realización y
profundización. Volviendo a la metáfora inicial de gobernar como dirigir una
nave, estos sujetos de la enunciación propagandística son los que aplauden el
naufragio, ensimismados también en la ilusión prestidigitadora y malabarista de
la gubernamentalidad tramposa.
Los perfiles subjetivos de esta
gubernamentalidad tramposa corresponden a toda una jerarquía. En la cúspide del
poder tenemos una subjetividad enseñoreada que confunde el país con una
asamblea sindical, de esta manera, confunde la política con el cuoteo
permanente. Llegamos entonces a la forma de política practica que se
desenvuelve como eterno teatro, donde se ponen puestas en escena de guiones
repetitivos de lo mismo, yo soy la víctima y represento a las víctimas. También
confunde la política internacional con foros, donde se pone en mesa la
denuncia, lo que de por sí es importante; empero, se termina vertiendo un doble
discurso, anti-imperialista, defensor de la madre tierra, en los foros
internacionales, y monetarista,
colonial-dependiente, además de extractivista, en la efectuación practica de
las políticas públicas en el propio país. Por otra parte, en la misma cúspide
del poder, se cuenta con una subjetividad engreída, investida del disfraz
jacobino, que confunde la acción política con la actuación para la historia, como si hubiera escribanos,
detrás de las cortinas, que apuntan para el futuro. Por debajo de estos
perfiles, las subjetividades son menos
exigentes, quizás hasta menos teatrales, empero se esfuerzan y esmeran por
demostrar su servilismo a toda costa; lo que es apreciado por los sujetos de la
enunciación apologista, quienes consideran que continuar en la “revolución”, es
este acto de castración y sumisión. En un tercer nivel, tenemos a las
dirigencias sindicales, las que han optado pragmáticamente aceptar y cotizar la
prebenda ofrecida, gastando fondos de manera privada, apoderándose del Fondo
Indígena, usando recursos indígenas para proyectos auríferos o colonizadores,
cuando estaban destinados para el fortalecimiento comunitario. En un cuarto
nivel se encuentra el perfil disperso de los funcionarios, quienes, aunque no
entiendan el “proceso”, ¿por qué se ha dado? ¿Por qué genera tantas pasiones?,
se esfuerzan también en mostrarse los mejores defensores del “proceso”, que en
verdad se reduce a defender sus puestos. En un quinto nivel, están estos
sujetos de la enunciación, mercenarios de la palabra,
estrategas del copamiento de medios, de
la bulla comunicacional y publicitaria, de la invención de expresiones
rimbombantes, llamativas y estrambóticas, que explican las “fases ascendentes”
del proceso, aunque este se encuentre en un franco, visible, y evidente
descalabro.
A grandes rasgos, estos parecen ser, los perfiles
generales, de las subjetividades que sustentan la gobernabilidad tramposa.
Empero, lo que importa son las estructuras y condicionantes de esta forma de
gobernabilidad ilusoria. Respecto a las
condicionantes, una que aparece, en primera instancia, es la que mencionamos
más arriba, cuando decíamos que la
inclinación por la simulación en las
manifestaciones, prácticas y formas políticas, de una manera desmesurada,
convirtiéndose incluso en eje estructurador, es un fenómeno de la época, la de
la modernidad tardía. Estas prácticas y expresiones, estas formas de
manifestación social y cultural, que son anotadas y analizadas por Jean
Baudrillard,
no sólo se dan en las sociedades del norte, en la centralidad europea y
norteamericana, como efecto de la modernidad tardía, más diluyente y
diseminadora que el alba de la modernidad, sino que también se extiende a las
sociedades del sur, de la periferia del sistema mundo capitalista, como parte
de la globalización y los efectos de difusión de conductas y comportamientos.
Desde esta perspectiva, todos los políticos del mundo tienden a parecerse, en sus
perfiles, en sus conductas, en sus prácticas, incluyendo la generalización
renovada de la corrupción.
Otra condicionante, ciertamente, tiene que
ver con la historia política del país y, podríamos decir, también de América
Latina y el Caribe. Miradas las cosas de cerca, la emergencia de estos
gobiernos “progresistas” tienen vínculos contrastables históricos con los
gobiernos nacionalistas y populistas de mediados de siglo XX. Es mucho más
difícil encontrar parecidos con los gobiernos del socialismo real, incluyendo
al caso cubano. Los gobiernos populistas, desde Lázaro Cárdenas (1934-1940) hasta
el gobierno de Velasco Alvarado, pasando por Getúlio Vargas
(1937-1945), Juan Domingo Perón (1946-1952),
Gualberto Villarroel (1943-1946), Ernesto Paz Estenssoro (1952-1964), Alfredo Ovando Candía (1969-1970),
Juan José Torres (1971), apoyándose en
el pueblo, en la plebe insurrecta, en el ejército, dependiendo de los casos,
combinando factores sociales e institucionales en crisis, incursionan una
política de nacionalizaciones, que se proyecta, en la política de sustitución
de importaciones, además de la reforma agraria y las democratizaciones. Estos
gobiernos están íntimamente ligados a la consolidación del Estado-nación,
sustentando esta constitución de soberanía en la democratización política y
social, en el reconocimiento de los derechos sociales y del trabajo, además de,
en el caso de Gualberto Villarroel, intentando una ampliación a una democracia
cultural con el Primer Congreso Indígena. Estos gobiernos, que pueden ser
caracterizados como del nacionalismo heroico, instalan una memoria
nacional-popular en los pueblos. A fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI
se da una nueva versión de gobiernos populistas, con fuerte carácter nacionalista;
sin embargo, entre esta segunda versión y la primera hay diferencias notorias.
Tocaremos como ejemplo los casos
venezolano, boliviano y ecuatoriano de una manera más sucinta, pues hemos
escrito al respecto textos a los que nos remitimos. En lo que respecta al Ecuador, no fuimos, sin
embargo, suficientemente detallados en remarcar los problemas que atinge a su
proceso. Esta es una oportunidad, no para ser exhaustivos, sino para hacer
algunas puntualizaciones orientadoras. Dejaremos pendiente el caso argentino,
por sus propias dificultades; en resumen, por aquello que Maristella Svampa
llama el eterno retorno del peronismo, que parece repetirse, haciendo difícil
la delimitación entre el populismo del siglo XX y el neo-populismo
contemporáneos. También dejaremos pendiente el caso uruguayo, pues se requiere
mayor información y estudio para atender este caso. Ampliando un poco las
tareas pendientes, así mismo se deja prorrogado el caso paraguayo, particularmente
importante por la presidencia de Fernando Lugo. Notoriamente dejamos aplazado uno
de los casos de alcance geopolítico regional y quizás mundial, que corresponde
al proceso brasilero, pues, debido a su gran importancia, preferimos trabajarlo
de una manera más extensa. Va a ser sugerente retomar todos estos casos desde
una percepción genealógica, un análisis del presente a partir de una mirada
retrospectiva del pasado, sobre todo a partir de la Guerra de la triple Alianza
contra Paraguay, en la que participan Argentina, Uruguay y Brasil.
Venezuela
Comenzando con Hugo Chávez (1998-2012), que
promueve un proceso constituyente bolivariano, que nuevamente apunta a la
consolidación del Estado-nación, trastrocando las bases del Estado-nación
anterior, oligarquizado y subordinado al imperialismo norteamericano. Este
proceso constituyente se apoya en la base social de los contingentes migrantes
a las ciudades, marginados y discriminados, además de explotados y
subalternizados. Después del golpe de Estado (2002), derrotado por la
movilización popular, y después del referéndum revocatorio (2004), el gobierno
popular define una ruta socialista, llamada socialismo del siglo XXI. En otras
palabras, este gobierno bolivariano intenta combinar un proyecto
nacional-popular con un proyecto socialista, basado en la autogestión
comunitaria. La diferencia, en este caso, radica en esta proyección de una ruta
socialista del siglo XXI. Sin embargo, en el proceso de transformaciones, que
van desde las nacionalizaciones hasta la inversión social, en gran escala,
apoyo a las comunidades y despliegue de las misiones, se tropieza con la
conformación de una aparatosa estructura burocrática. A pesar de la claridad del
diseño en lo que respecta a la necesaria revolución industrial, este proyecto
se retrasa y hasta se estanca notoriamente, extendiéndose, mas bien, el modelo
extractivista, haciendo a Venezuela más dependiente de esta economía primario
exportadora, compensada, es cierto, por los ingentes ingresos que provienen del
alza estrepitosa de los precios del petróleo.
Ante el conjunto de problemas y
contradicciones que aparecen, entre ellas el duro enfrentamiento con la
oligarquía, la burguesía, que resiste el cambio, apoyada por el imperialismo
norteamericano, el partido oficial opta por la extensión de la propaganda, la
publicidad, transformando el “proceso” politico, social y económico en un
“proceso” mediático. La burocratización, el monopolio de la política por la
clase política “revolucionaria”, sin transferir las decisiones a las bases
sociales, como está definida en la Constitución y en la ruta socialista,
conllevó, como consecuencia ineludible, la expansión escandalosa de la
corrupción, prácticamente institucionalizada. Hay muchos conflictos y
enfrentamientos minuciosos entre bases sociales, comunas, y la burocracia; lo
que evita que esto se convierta en una movilización generalizada del pueblo
chavista contra la burocracia es el enfrentamiento con una derecha reforzada y
con convocatoria. Ante estos problemas subyacentes, el partido y la burocracia,
han optado por pasar de la convocatoria del mito, que era Hugo Chávez, al culto
de la personalidad, al endiosamiento del difunto caudillo, buscando cubrir las
grandes falencias del “proceso”.
Bolivia
Siguiendo con Evo Morales Ayma (2006-2014),
cuyo primer gobierno (2006-2009) emerge de la movilización prolongada
(2000-2005), en tanto que el segundo gobierno (2009-2014), responde a una
mayoría aplastante pues llega controlar los 2/3 del Congreso, además que debe
cumplir con la aplicación de la Constitución, aprobada por el 64% del pueblo
boliviano. En este caso, estamos ante dos gestiones que ponen
en evidencia, sobre todo la segunda gestión, notoriamente el despliegue
abrumador de la inclinación política por la simulación.
Una nacionalización de los hidrocarburos inconclusa y una desnacionalización,
efectuada prácticamente en los contratos de operaciones, son cubiertas por una
exacerbada propaganda de la nacionalización. Una vez aprobada la Constitución
de Oruro por los constituyentes, el Congreso se encarga de revisar la
Constitución, introduciendo correcciones conservadoras y debilitadoras de la
Constitución, suspendiendo la reforma agraria, que se encontraba como mandato
en la Constitución de Oruro. Una marcha de las organizaciones sociales, que
parte de Caracollo a La Paz, se plantea evitar la revisión de la Constitución
por el Congreso, además de exigirle su ratificación y la convocatoria inmediata
al referéndum constituyente. Antes de que llegue la marcha a La Paz, la
Constitución es revisada y aprobada, dando lugar a la convocatoria del
referéndum constituyente. Todas estas variaciones conservadoras son ocultadas
por el gobierno mediante la propaganda, la magnificación del hecho de haber
llegado a un consenso en el Congreso por la Constitución. A pesar de estos retrocesos,
la aprobación por parte del pueblo boliviano de la Constitución revisada abre
el camino a una nueva etapa, que debería haber sido la de la construcción del
Estado plurinacional comunitario y autonómico. Empero, justo cuando se tiene
aprobada la Constitución y el control de los 2/3 del Congreso, cuando no había
ningún obstáculo para aplicar la Constitución, el gobierno opta por un camino
inconstitucional, poniendo en claro su opción por mantener el Estado-nación,
evitando poner un ladrillo y ningún cimiento del Estado plurinacional
comunitario y autonómico. Esta evidente restauración del Estado-nación se cubre
con una ampulosa propaganda por el aparente Estado plurinacional. Se cambian
los nombres, se incorporan símbolos, se introducen formas ceremoniales y
rituales, que pretenden barnizar el Estado-nación con oropeles plurinacionales;
con esto lo que se logra es la folklorización de la condición plurinacional,
ausente en la gestión de gobierno. La ausencia de transformaciones
institucionales, normativas y estructurales, en la gestión y en la organización
estatal, es disimulada por la simulación política.
Se opta por el montaje, el teatro, el discurso estridente, mientras se revive y
se consolida el Estado-nación, que había experimentado una de sus más profundas
crisis orgánicas y de legitimación.
El centro de propaganda del gobierno es el
crecimiento económico y la acumulación de las reservas. El crecimiento
económico se ha venido moviendo de entre 4%, 5% y 6%; las reservas sobrepasan
los 14 mil millones de dólares. Las reservas se encuentran en bancos privados
extranjeros, a un bajísimo interés; el crecimiento económico, es decir, la
estadística del PIB, se debe a la subida de los precios de las materias primas.
Ciertamente, el impacto de la nacionalización de los hidrocarburos, aunque
parcial, mejora notablemente los ingresos del Estado; empero el Estado no deja
de ser rentista y la economía no deja de ser preponderantemente extractivista.
Estos límites de la economía son también ocultados con la compulsiva propaganda
y publicidad. No se compara la macroeconomía boliviana con la macro-economía de
otros países; por ejemplo, los vecinos. Sólo hablando de dos; Perú, que cuanta con un gobierno neoliberal, ha acumulado una reserva que sobrepasa los 40
mil millones de dólares; Brasil, que cuenta con un gobierno “progresista”, ha
acumulado una reserva que sobrepasa los 80 mil millones de dólares. En ambos
casos, este fenómeno se explica primordialmente por la subida de los precios de
las materias primas. No se ha requerido una estrategia económica especial.
Empero, estas comparaciones están ausentes en la propaganda gubernamental, pues
quiere presentar los resultados económicos como logros exclusivos de la
política económica gubernamental, que no ha dejado de ser monetarista.
La condición histórica-política funciona de
la siguiente manera: Ante la memoria de las luchas, las nacional-populares, las
sociales, las indígenas, se responde con las puestas en escena de esa memoria;
ocurre como si se dialogara con los fantasmas de la memoria, dándoles lugar en
el presente. Ante el desborde de la movilización social prolongada se responde
con las puestas en escena del teatro de la consumación de las tareas, cuando
éstas efectivamente no se han realizado. Se está plenamente en la esfera de la
“ideología” creyendo que la política, que es acción, que es práctica e
incidencia material, se realiza en el decurso de las representaciones; es decir
de las escenificaciones y montajes. Desde esta perspectiva la creencia es la siguiente:
Basta con tener un presidente indígena como para haber comenzado y resuelto la
descolonización; es suficiente el empoderamiento de indígenas de los espacios
públicos como para hablar del logro plurinacional; el cambio de élite es la
verificación de la “revolución”, como si las “revoluciones” se redujeran al
cambio de élite, lo que es “maquiavelismo” puro, y no impliquen trastrocamiento
profundo de las estructuras de dominación colonial, de las estructuras
estatales, de las estructuras institucionales, de las estructuras sociales, de
las estructuras económicas. Basta la aceptación del presidente en la feria de
Santa Cruz de la Sierra, sede de la oligarquía y de la burguesía
agroindustrial, como si la presencia del presidente indígena en el espacio de
manifestación del capitalismo regional sea el logro perseguido por la
“revolución democrática y cultural”. Se han reducido los alcances del “proceso”
de cambio al simbolismo del reconocimiento del presidente indígena por parte de
los oligarcas. Esto no es una ocupación de la plaza del capital, del
intercambio, de la feria, de la manifestación ostentosa de la burguesía
regional, sino una clara señal de que las estructuras de poder local y regional
han subordinado al “temible Willka”. Esto habla de un gobierno que administra
los intereses de una burguesía recompuesta, por combinación entre la vieja
burguesía oligárquica y la incorporación de los nuevos ricos. El vicepresidente
aparece como hombre de esta burguesía recompuesta, defendiendo claramente sus intereses.
Retira la reforma agraria por medio de la revisión del Congreso de la
Constitución de Oruro, apuesta por la ampliación de la frontera agrícola, garantiza
la extraordinaria ganancia bancaria, incorpora los transgénicos en los
artículos de la revolución productiva, suspende la función económica social, el
saneamiento de tierras y la prohibición de la desforestación por cinco años,
implanta una geopolítica extractivista. ¿Es
esto una “revolución”? ¿Es este señor un “revolucionario”? Estas apreciaciones
insostenibles sólo pueden ser lanzadas por un discurso mercenario. Se juega con
la frase de Bertolt Brecht
- “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año
y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los
que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles” -, extravagantemente
descontextuada, convirtiendo groseramente al funcionario en un
“revolucionario”; en el burócrata continuaría la “revolución”, porque se cree
que el estar de funcionario en el gobierno es asumir la “revolución”, por la
simple muestra de fidelidad, aunque el “proceso” se encuentre desgarrado por
profundas contradicciones; porque se cree que el aplicar el “pragmatismo” político
hasta llegar a la transacción con los
terratenientes y burguesía, hasta la conversión e incorporación a la burguesía,
es “revolucionario”, por el simple hecho que se constata un cambio de élite. Este
estrambótico uso de Brecht sólo sirve para sazonar una estrepitosa decadencia y
un patético derrumbe de los valores.
Ecuador
El caso de
Rafael Correa (2006-2010) no es distinto, a pesar de sus variantes, sus
contextos diferentes, su historia política distinta. El viraje a la izquierda
de Sud América da lugar a la elección de un profesor connotado de la FLACSO de
Ecuador, quizás de la las más importantes facultades latinoamericanas, por su
indecencia, el alcance de sus programas,
la trayectoria de su formación, fuera de contar con el presupuesto y la
infraestructura académica adecuadas. Estamos hablando de una intelectualidad no
sólo bien formada, sino de una intelectualidad vinculada a las investigaciones,
a los proyectos de investigación, a la difusión y a la irradiación de estas
investigaciones. En esta facultad latinoamericana se encuentran personas como
Alberto Acosta, que fuera de haber sido la clave de la última Asamblea
Constituyente de Ecuador, que declara el Estado Plurinacional y los derechos de
la naturaleza, es una composición subjetiva y singular de la historia de
Ecuador, de su formación social, sobre todo de su conciencia intelectual. Ecuador cuenta con proyectos académicos de
envergadura, como la Universidad Andina y la FLACSO, fuera de un conjunto de
proyectos de investigación y académicos ligados a los estudios históricos y del
presente. Hay pues una presencia intelectual importante, podríamos decir de
“Izquierda”, sin entrar en el detalle de lo que connota esta descripción. La
llegada de Rafael Correa al gobierno es pues la llegada de esta estratificación
social de intelectuales, gran parte de la cual, se encuentra incorporada en el
aparato de Estado. Después de aprobada y
promulgada la Constitución plurinacional y del buen vivir, la tarea de esta
gente es gigantesca. Una de las bases sociales, una de las más importantes, es
la que corresponde a los pueblos indígenas y sus organizaciones. De los
objetivos y tareas más llamativas, como posicionamiento ante la crisis orgánica
del capitalismo y la crisis ecológica, es la defensa de la madre tierra; por lo
tanto, en esta perspectiva, la transición del modelo económico extractivista a
formas económicas no extractivistas, que logren conformar la base de
equilibrios sostenibles. El Plan Nacional del Buen Vivir se plantea estas
tareas, aunque sea de una manera enunciativa.
Como se dice de los gobiernos
“revolucionarios”, el problema viene después, al día siguiente que se asume el
poder. A pesar de los logros en lo que respecta a la soberanía, el proceso de
recuperación de la posesión y propiedad de los recursos naturales, en este caso
del petróleo, a pesar de los efectos de
las políticas públicas en la inversión social, en el mejoramiento de las
condiciones de vida de la población popular, su acceso a la salud y la
educación, a pesar de la incorporación institucional a la sociedad y a la gestión a indígenas y
afros, el proceso de aplicación de la Constitución, el proceso de construcción
del Estado plurinacional, el proceso de defensa de la naturaleza, es decir, el
proceso de aplicación del Plan Nacional del Buen Vivir, se estanca, y entra a
un periodo de problemáticas contradicciones.
Pablo Ospina Peralta, en Transiciones
en Ecuador (2006 – 2010). La revolución ciudadana, los cambios en el modelo de
acumulación, la redistribución y la democracia, haciendo las conclusiones de su balance, escribe:
La síntesis general de este relato no
es difícil de hacer. Es un gobierno que se ha planteado como propósito el
cambio del modelo de acumulación pero no ha avanzado en esa dirección; por el
contrario, su necesidad de fondos inmediatos para financiar las políticas
sociales y la acción gubernamental lo arroja a las manos de la minería en gran
escala, con lo que arriesga reforzar aquello que se propone superar. Al mismo
tiempo, es un gobierno que ha reforzado el papel del Estado en la economía y
que ha enfatizado su rol en la redistribución de la riqueza. Esta
redistribución se ha hecho a veces reforzando políticas sociales focalizadas, a
la usanza neoliberal (bono de desarrollo humano y los programas asociados a
él), y otras utilizando los canales más típicamente socialdemócratas: aumento
de impuestos progresivos y del gasto social universalista (educación y salud
gratuitas para todos). Finalmente, es un gobierno cuya prioridad es el
reforzamiento del Estado y no su democratización. La participación social y la
protesta en las calles son consideradas obstáculos y las organizaciones
populares autónomas son un problema porque implican negociaciones lentas e
incómodas.
Ahora bien, ¿cómo entender e
interpretar las relaciones entre las tres conclusiones empíricas a las que
arribamos? ¿Cómo se enlazan la falta de cambios estructurales para el cambio en
el modelo de acumulación con el notorio esfuerzo redistributivo y la falta de
compromiso gubernamental con la participación y el protagonismo ciudadano y
social?
El importante y meritorio esfuerzo
redistributivo del gobierno puede considerarse una condición para el cambio del
régimen de acumulación o puede entenderse como un sustituto de dicho cambio.
Así, según el Plan del Buen Vivir, el énfasis de la primera fase de cuatro años
en el cambio en el modelo de acumulación es distributivo:
“La primera fase es de transición en
términos de acumulación en el sentido de dependencia de los bienes primarios
para sostener la economía; no así, en términos de re-distribución, considerada
como el centro del cambio en este período y en general de la estrategia en su
conjunto” (SENPLADES, 2009a: 96).
No es la única forma de entenderlo. La
otra forma es la que está implícita en las palabras del propio Presidente
Rafael Correa, quien, al conmemorar sus cinco años de gobierno, sentenció:
“Básicamente estamos haciendo mejor las
cosas con el mismo modelo de acumulación, antes que cambiarlo, porque no es
nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero sí es nuestra intención tener una
sociedad más justa y equitativa”.
Resalto el matiz: no se trata de que el
énfasis redistributivo sea una “primera fase” de un cambio de régimen de
acumulación por venir, sino que la razón para mantener el mismo modelo de
acumulación es “no perjudicar a los ricos”. En mi opinión, esto debe
interpretarse de una forma más profunda: es la expresión de distintas corrientes políticas e ideológicas que coexisten en el gobierno. El
Presidente representa una corriente que no está convencida de la necesidad de
un cambio profundo en el régimen de acumulación, y que considera más
limitadamente su objetivo: tener una sociedad más justa y equitativa dentro del
mismo régimen existente.
Lo anterior conecta la redistribución
con el régimen de acumulación, pero ¿cómo se relaciona esta forma de entender
el proyecto histórico del gobierno con el resultado de una débil democracia y
una endeble participación? Veamos cómo lo entiende el propio Presidente de la
república. A fines del año 2009 Rafael Correa presentó un libro de su autoría
personal (Correa, 2009), en cuyo capítulo final termina su exposición de manera
sorprendente pero, al mismo tiempo, sincera. El desarrollo económico, nos dice
el Presidente, a diferencia de lo que creen los fundamentalistas económicos,
depende también del capital social (la cohesión y confianza públicas), el
capital institucional (reglas formales predecibles y claras) y el capital
cultural (valores y reglas informales ancladas en la costumbre). Cuando estos
capitales fallan, y el texto da a entender que en el Ecuador fallan completa y
penosamente, queda el liderazgo:
“Buenos líderes pueden ser fundamentales para suplir la ausencia de capital
social, institucional y cultural” (op. cit.:
195). El libro termina con esa reflexión. Escrito en blanco y negro, queda
claro que el presidente en verdad cree que su humilde persona puede “suplir” a
los actores sociales. La conclusión lógica de esta concepción es que la
participación popular no es realmente necesaria para apuntalar el desarrollo en
un país sin confianza y sin costumbres apropiadas. Sería deseable, pero podría
ser contraproducente.
Esta es la razón por la cual, antes de
permitir una participación protagónica, es necesario asegurar la “virtud
republicana” suficiente en los sujetos de dicha participación. A mi juicio, ese
es el sentido último de las medidas de construcción del Estado del gobierno de
la revolución ciudadana.
Por ello es que no se trata de un proyecto de “Estado autoritario”, aunque el
Presidente, personalmente, pueda serlo. En efecto, si somos estrictos en la
caracterización política del gobierno, resulta difícil equiparar el proyecto
estatal de la revolución ciudadana con el de gobiernos autoritarios como los que existieron en
la historia de América Latina o incluso del pasado reciente del Ecuador, como
el de León Febres Cordero. Aquellos gobiernos cometieron atrocidades,
protegieron y organizaron la tortura y multiplicaron los asesinatos políticos.
Nada de eso se encuentra en estos años de inicios del siglo XXI. Es más
ajustado y preciso caracterizar el proyecto de Estado de Rafael Correa como un
“régimen disciplinario”. El sentido general de este proceso de disciplinamiento es reafirmar la majestad de la
autoridad y el peso de una ley que no se negocia sino que se aplica; pero esta
aplicación no es tanto una limitación de las actividades gubernamentales mismas
cuanto un ajuste de los gobernados a la conducta esperada de ellos. No se usa
tanto la violencia abierta como el temor al castigo y una serie de
“tecnologías” de reprimenda y amedrentamiento. Por eso es que la eficiencia en
la atención y la calidad en la prestación de los servicios públicos, desde la
educación hasta la provisión de documentos notariales, se entiende
fundamentalmente como una cruzada para disciplinar a funcionarios indolentes,
maestros incapaces y administradores corruptos.
¿Cómo entender entonces el balance
final? La revolución ciudadana tiene
varias tendencias políticas y sociales en su interior. Coexisten grupos de izquierda con grupos empresariales de una derecha reencauchada y en proceso de adaptación a la parcial retirada del
neoliberalismo. La
coherencia del conjunto y las decisiones finales están a cargo del Presidente
de la República en persona. Es por eso que su comprensión personal de las
relaciones entre el cambio en el régimen de acumulación, la redistribución
económica y la construcción de un Estado fuerte es la tendencia dominante
dentro del gobierno. Si la superación de la pobreza y la construcción de un
país más equitativo es una condición para disponer de ciudadanos virtuosos, y
esa virtud, a su vez, es necesaria para hacer que la participación ciudadana
sea positiva, la construcción de un Estado disciplinario y fuerte es necesaria
para ambos.
Terminemos con un intento por
caracterizar el conjunto. En el fondo, el proyecto político personal de Rafael
Correa Delgado para el Ecuador está teñido de valores cristianos conservadores
pero paternales que aprendió desde la cuna. En un artículo reciente, Pablo
Stefanoni hizo un interesante planteo de los términos del debate. La
socialdemocracia europea abandonó a mediados del siglo XX toda veleidad
anticapitalista. No se engañaba a sí misma ni a los demás: solo buscaba un
“buen capitalismo” (Hutton, 2011). En el debate alrededor de los gobiernos
progresistas latinoamericanos, por el contrario, muchas veces las definiciones
programáticas se sustituyen por la retórica. Esta pálida sustitución ocurre
mucho más en los países andinos, donde el desmoronamiento de los sistemas
políticos que acompañó la emergencia de los gobiernos progresistas crea la
sensación y el ambiente de una mayor radicalidad. En el Cono Sur, en Brasil o
incluso en Perú, son muy pocos los que se hacen ilusiones: las reformas no se
envuelven tampoco de radicalismos verbales altisonantes.
En Ecuador, las interpretaciones de las
izquierdas que quedan en el gobierno difieren significativamente. Antiguos
militantes comunistas, como Rafael Quintero y Erika Sylva, son fieles a la
vieja idea de la revolución por etapas: la revolución ciudadana tiene un convencional proyecto de
capitalismo de Estado que sentará las bases para un posible socialismo del
futuro. Nuevos militantes nacidos y crecidos en la academia, como René Ramírez,
apuestan por caracterizar el proyecto de cambio en la pauta de acumulación, tal
como se presenta en el “Plan del Buen Vivir”, como una propuesta que conducirá
a un “biosocialismo republicano del Sumak Kausay”.
Pero lo que piensa el Presidente es
diferente, aunque a veces pueda hacer guiños a tales interpretaciones.
Cualquiera que haya leído sus escritos o seguido con atención sus discursos
entenderá que el socialismo es para él exactamente igual a la doctrina social
de la Iglesia católica, es decir lo que la democracia cristiana de los años
1960 llamaba el “socialismo comunitario”. Podríamos llamarlo, para
diferenciarlo del “buen capitalismo” de la socialdemocracia europea, un
“capitalismo paternal” nacido de la acción de líderes esclarecidos y cristianos que velan por el bien común
incluso a pesar —tal como afirma el Presidente Correa en un reciente discurso—
de la generalizada “mediocridad” cultural que está en la “raíz del
subdesarrollo”:
“esto refleja [se refiere a que los
estudiantes no aprendan inglés] lo que cada vez estoy más convencido que está
en la raíz del subdesarrollo: la mediocridad. Nos hemos acostumbrado a la
mediocridad, hemos perdido la capacidad de sorprendernos, tomamos a la
mediocridad como algo normal. […] Los países que han tenido éxito son aquellos
en donde desde el conserje hasta el gerente de una empresa hacen las cosas con
excelencia, en donde todas las cosas, por sencillas que sean, como lustrar
zapatos, hasta las más complejas políticas públicas, se hacen con total
calidad. ¿Queremos salir del subdesarrollo? ¿Queremos alcanzar el Buen Vivir?
Tenemos que inaugurar una cultura de la excelencia: tolerancia cero a la
mediocridad, a la mentira, a la irresponsabilidad, al engaño social”.
La más pedestre doctrina del self-made man convertida en canon de interpretación
del desarrollo internacional: los pueblos mediocres e inútiles son
subdesarrollados por sus propias faltas mientras que los pueblos exitosos lo
son por sus propios méritos. Así, para este estadista, la justicia puede
entenderse mejor como la generosidad institucional y la democracia como las
tímidas concesiones que se hacen a un menor de edad que todavía no sabe
utilizarlas inteligentemente.
Pablo
Ospina nos ofrece un cuadro ilustrativo de lo que pasa con el gobierno
progresista de Ecuador. Podemos reconocer analogías con el gobierno progresista
boliviano; claro está que también hay diferencias, cada historia política es
característica y propia. Empero de lo que se trata es de caracterizar a estos
gobiernos progresistas de principio del siglo XXI, caracterizarlos de una
manera apropiada, desde sus propias arqueologías, genealogías e historias. No
se trata de colocarse en el lugar del juez, que es lo que se acostumbra;
tampoco se trata sólo de denunciarlos, que es como la otra tradición juzgadora;
de la misma manera, no se trata de colocarse en lugar de la providencia,
llámese astucia de la historia o racionalidad de las leyes históricas, que lo único
que hacen es instaurar un fundamentalismo racionalista, que termina
adormeciendo la comprensión e inhabilitando la acción; de ninguna manera hacer
apología, como hacen los voceros e ideólogos de estos regímenes, incluso los de
una crítica mesurada. Se trata de lecturas que logren descifrar la articulación
de la complejidad de estas composiciones políticas de un populismo tardío, se
trata de comprender el juego de las dinámicas moleculares sociales, las
composiciones molares, provisionales e institucionales, los efectos de masa de
estas dinámicas y su relación con el Estado. La crítica debe ser una herramienta
para la subversión de la praxis, además de hacer inteligible el acontecimiento.
En
adelante lanzaremos interpretaciones de lo que llamamos gobernabilidad
tramposa, concentrándonos en las “estructuras” des-estructurantes, usando a la
inversa un concepto de Pierre Bourdieu, de esta forma de gobernabilidad,
aparecida en el crepúsculo de la modernidad y el capitalismo.
Estructuras
des-estructurantes de la gobernabilidad tramposa
Retomando
la tesis principal del ensayo, la simulación;
que los gobiernos, en la modernidad tardía, tienden a sustituir la
gobernabilidad efectiva, cualquiera sea ésta - que responda a una gubernamentalidad
de soberanía, a una gubernamentalidad liberal o a una gubernamentalidad
neoliberal, así como también a una “gubernamentalidad” socialista
-, por la simulación de
gobernabilidad. La pregunta es: ¿Qué pasa con la cohesión, articulación,
integralidad, incluso centralidad, institucional del Estado, cuando la simulación invade y domina la política?
La hipótesis es la siguiente:
Cuando
la simulación se convierte en la
conducta y el comportamiento, además del imaginario, de las prácticas políticas
gubernamentales, la cohesión, la articulación, la integralidad y la centralidad
del Estado son ficticias. Hay como una ilusión de unidad; empero,
efectivamente, las composiciones estructurales e institucionales del Estado
tienden a independizarse, a actuar autónomamente, lo que no quiere decir con
autonomía, que, en términos efectivos, puede mas bien cohesionar y articular
mejor una formación. En la práctica las “estructuras” de poder, que componen el
Estado, las instituciones, que conforman el Estado, actúan según sus propias
“lógicas”, sus propias estrategias, que generalmente tienden a ser disímiles.
Pasamos de un Estado o de la ilusión de Estado,
empero sostenido por el campo burocrático, el campo institucional, más o menos
integrado, más o menos articulado y cohesionado, a la condición de un Estado de cuoteo o
cuoteado. Cada grupo de poder reclama su parte, cada grupo de poder tiene su
asiento en el ejecutivo, en el
legislativo, en el órgano judicial, en el órgano electoral. Cada grupo
de poder accede a su parte en la administración del poder, así como también en
el acceso al excedente. Cada grupo de poder tiende a imponer sus decisiones en
las instituciones que controla o participa. Las políticas públicas se
convierten en juego de equilibrios, que no siempre se consiguen. De esta manera
es fácil ensanchar desmesuradamente los márgenes de corrupción, que terminan
convirtiéndose en espacios determinantes en la actividad pública. Por lo tanto,
la simulación es como la desaparición
de la “realidad”, tal como lo expresa Jean Baudrillard, es como el ingreso a la
hiperrealidad, como la dominancia de la virtualidad. Esto ocurre en los ámbitos
de la comunicación, que tienen incidencia en los imaginarios, afectando las
conductas, los comportamientos y las relaciones; empero, no hace desaparecer el
substrato material de las estrategias de sobrevivencia y, en contraste, de
sobreabundancia; no hace desaparecer el substrato de las contingencias de la
vida. Se deja que la simulación
invada todo; pero este todo es el de las codificaciones y decodificaciones, de
los lenguajes, de las imágenes, de la virtualidad, de las hermenéuticas
sociales. Este todo de la simulación
no abarca, tampoco puede ocupar, el espesor subyacente de las reproducciones
materiales. En tanto los grupos de poder, las estructuras de poder, subsisten,
despojan, desposesionan, acumulan, se apoderan, de acuerdo a sus propios
intereses. Cuando la simulación se ha
convertido en política, esta situación conflictiva adquiere dimensiones
abismales. Uno de sus síntomas es la escalofriante extensión de la corrupción;
empero, hay otras formas de corrosión, no solamente institucional, sino también social.
La simulación
Habría que, por una parte, hacer como una
arqueología de la simulación, por
otra parte distinguir y diferenciar, desde un comienzo, los contrastes y
variantes. Para comenzar diremos que la imitación, tanto como recurso de
espejo, en forma de repetición, como recurso de camuflaje, forma parte de las
invenciones de la vida, de los organismos y seres vivos, en una conexión
asombrosa, no explicada del todo, entre genotipo y fenotipo, entre genética y
epifenómeno. La inteligencia de la vida, en todas sus formas, desde moleculares
hasta molares, corporales y cíclicas, manifiesta su grandiosa elocuencia y
proliferación. El ser humano sigue esta ruta, con sus propias invenciones, sus
propias mimesis e imitaciones, sobre todo da un salto con la exteriorización
del simbolismo. Las culturas, que según Claude Lévi-Strauss, separan a las
sociedades humanas de la naturaleza, son armaduras representativas, que
significan, clasifican, narran, alegorizan, los ciclos de la vida y del cosmos,
mostrado también su propia dispersión y distribución variada, incorporando
estas narrativas simbólicas y mitológicas al ser humano como héroe y heroína
iniciales.
La cultura, no sólo como la curva
derivativa de cultivo, que llega a definirla como conocimientos, instrucción,
saber, sino, atendiendo al sentido que le atribuye el romanticismo alemán,
otorgándole el contener y manifestar el espíritu de un pueblo, así como
también, atendiendo al sentido atribuido por el “positivismo” anglosajón que le
atribuye la disponibilidad de la materialidad instrumental. En éste ámbito se
contienen el arte, la estética, la literatura, la música, la danza, que han
sido clasificadas y distinguidas en la modernidad, en los lenguajes de la
modernidad, así como en su historia; sin embargo, no escapan a esta contención
la filosofía, la ciencia, la técnica; tampoco, obviamente la política. La
pregunta es si todo deviene de la mimesis,
de la imitación, por el camino de la construcción de representaciones, así como
de la seducción,
si todo tiene que ver entonces con la arqueología de la simulación, ¿qué de extraño
hay en la simulación política?
El problema parece ser el siguiente: En un
determinado momento la simulación o
mejor dicho, la arqueología de la simulación,
con todas sus variantes y devenires, que forma parte de las prácticas sociales,
de las prácticas representativas, se
“autonomiza”, por así decirlo, conformando su propia esfera, donde se pierde el
referente; la propia simulación se convierte en referente, como en un círculo
vicioso. Dando lugar a lo que Jean Baudrillard llama el horizonte de la
desaparición, refiriéndose a la diseminación de la “realidad”. Lo grave ocurre
cuando esta esfera de la simulación “autonomizada” invade otras esferas, se
convierte como en dominante y hegemónica, distorsionando el funcionamiento de
todas ellas. En términos comunicacionales pasa lo siguiente: ya no importa lo
que ocurre, sino lo que se transmite que ocurre; por lo tanto, ya no importa si
ha ocurrido o no, lo que importa es que así se lo tome, así se lo crea. Nos
adentramos entonces en la experiencia de lo que llama Baudrillard la hiperrealidad. La
situación se vuelve inquietante cuando la simulación invade la “esfera”
política, cuando las prácticas políticas consideran que lo indispensable es la
discursividad política, la impresión que deja en la gente la decisión política,
cuando lo que importa es el montaje político, la escenificación, el teatro
político. En el momento que la simulación sustituye a la “realidad”, mas bien
la disemina o, si se quiere, la oculta en las sombras del Tártaro o la Mank’a pacha,
no sólo se ha perdido el referente, ni sólo la misma simulación se vuelve
referente, sino que la reproducción política se efectúa en este círculo
vicioso. Esta burbuja no puede perdurar por mucho tiempo, está “destinada” a
desaparecer, tal cual desaparecen las burbujas.
En la historia de la vida, si podemos
hablar así, en la historia ecológica, han desaparecido especies, muchas de
ellas no pudieron adecuarse a las modificaciones y transformaciones de los
medios o estaban tan bien adaptadas, que no supieron responder a los nuevos
contextos ecológicos. Cuando no se tiene capacidad de información, de retener
la información, de construir una memoria actualizada, no se puede también
adelantarse, responder a los problemas. El problema de la preponderancia de la simulación, que forma parte del diagrama
de poder del control, es que, si bien hace creer que lo que ocurre es lo que se
transmite, lo que se escenifica, termia perdiendo toda capacidad de
información. Ya no puede responder a los contextos de “realidad”. Es posible
que este sea un anuncio de la desaparición.
¿De la política? ¿Del Estado, el gran simulador? ¿Y si la simulación
se ha vuelto hegemónica, no es el anuncio de la desaparición de la especie
humana?
Volviendo al tema de la gobernabilidad
tramposa, no podría explicarse la concurrencia de esta forma de gobernabilidad
y de política sin la invasión y el efecto de la simulación en la política. Mientras el uso de la simulación tenga efectos alucinadores,
convenza, conforme, esta forma de gobernabilidad tiene tiempo de perdurar. Sólo
cuando la burbuja desaparezca, ya no podría sostenerse esta forma de
gobernabilidad tramposa.
Al respecto, Jean Baudrillard dice:
Hoy en día, la abstracción ya no es la del
mapa – se refiere a la alegoría de Borges, cuándo los
cartógrafos del imperio dibujan un mapa tan minucioso, que corresponde punto
por punto al territorio -, la del doble,
la del espejo o la del concepto. La simulación no corresponde a un territorio,
a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de
algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al
mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio
—PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS— y el que lo engendre, y si fuera preciso retomar
la fábula, hoy serían los girones del territorio los que se pudrirían
lentamente sobre la superficie del mapa. Son los vestigios de lo real, no los
del mapa, los que todavía subsisten esparcidos por unos desiertos que ya no son
los del Imperio, sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real.
Describiendo
parte de la arqueología de la simulación, Baudrillard escribe:
Al contrario que la utopía, la simulación
parte del principio de equivalencia, de la negación radical del signo como
valor, parte del signo como reversión y eliminación de toda referencia.
Mientras que la representación intenta absorber la simulación interpretándola
como falsa representación, la simulación envuelve todo el edificio de la
representación tomándolo como simulacro.
Las fases sucesivas de la imagen serían éstas:
— es el reflejo de una realidad profunda
— enmascara y desnaturaliza una realidad profunda
— enmascara la ausencia de realidad profunda
— no tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, es ya su
propio y puro simulacro.
En el primer caso, la imagen es una buena
apariencia y la representación pertenece al orden del sacramento. En el
segundo, es una mala apariencia y es del orden de lo maléfico. En el tercero,
juega a ser una apariencia y pertenece al orden del sortilegio. En el cuarto,
ya no corresponde al orden de la apariencia, sino al de la simulación.
El momento crucial se da en la transición
desde unos signos que disimulan algo a unos signos que disimulan que no hay
nada. Los primeros remiten a una teología de la verdad y del secreto (de la
cual forma parte aún la ideología). Los segundos inauguran la era de los
simulacros y de la simulación en la que ya no hay un Dios que reconozca a los
suyos, ni Juicio Final que separe lo falso de lo verdadero, lo real de su
resurrección artificial, pues todo ha muerto y ha resucitado de antemano.
Cuando lo real ya no es lo que era, la
nostalgia cobra todo su sentido. Pujanza de los mitos del origen y de los
signos de realidad. Pujanza de la verdad, la objetividad y la autenticidad
segundas. Escalada de lo verdadero, de lo vivido, resurrección de lo figurativo
allí donde el objeto y la sustancia han desaparecido. Producción enloquecida de
lo real y lo referencial, paralela y superior al enloquecimiento de la
producción material: así aparece la simulación en la fase que nos concierne
—una estrategia de lo real, de neo–real y de hiperreal, doblando por doquier
una estrategia de disuasión.
Hemos dicho la simulación forma parte del diagrama de poder del control, diagrama
de poder que no marca, no separa, no castiga, tampoco disciplina, sino que se
expande en la flexibilidad de los flujos, optando por la simulación, el juego de espejos, imitando las transgresiones, las
rebeliones, la “revolución”. Diagrama de poder que consolida en la revolución
científica-tecnológica-cibernética-comunicacional, produciendo mundos, capturando la invención,
la creación, el intelecto general, los saberes colectivos y la información genética;
de esta manera manipula los públicos. Los otros diagramas de poder no
desaparecen, el patriarcal, el parroquial, el territorial, el de la soberanía, el
disciplinario, el colonial, el de la guerra, sino que se yuxtaponen, como
sobre-determinados por el diagrama del control. En otras palabras, no es que la
simulación es absoluta, hace desaparecer todo, el resto, convirtiendo los
espesores del acontecimiento en virtualidad, sino que la virtualidad se
convierte en la proliferación de mundos comunicacionales e imaginarios,
sumergiendo a los públicos en la recurrencia plural de los espectáculos; sin
embargo, esta virtualidad se sustenta en la materialidad de las economías
políticas del poder, que, en última instancia, buscan controlar la vida.
Para este trabajo he
recogido fragmentos, ideas y textos anteriores, en particular, sugiero a los
lectores interesados revisar los siguientes trabajos: 2011. Ecuador: la participación ciudadana en el proyecto de Estado
de Rafael Correa. En Instituto de Estudios de América Latina
y el Caribe,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Observatorio Latinoamericano 7. Dossier
Ecuador. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias
Sociales; 2012. Promesas temporales. Cambio del régimen de acumulación en Ecuador,
propuestas y realizaciones de la revolución ciudadana. En L. López, M. Molina,
D. Pardo, J. Piedrahita, L. Rojas, N. Tejaday R. Zelik (comps.). ¿Otros
Mundos Posibles? Crisis, gobiernos progresistas, alternativas de sociedad.
Medellín: Fundación Rosa Luxemburg / Universidad Nacional de Colombia, Sede
Medellín / Facultad de Ciencias Humanas y Económicas; 2012. Cuatro vectores de
la coyuntura electoral de 2012. En La Tendencia. Revista de Análisis Político. No. 13. Quito, ILDIS – FES - CAFOLIS. Abril - mayo; 2012. La minería
en la revolución ciudadana. En Opción Socialista. Edición especial. No.
24-25. Abril – mayo. También pueden revisarse los “Informes de coyuntura
escritos entre 2008 y 2011 para el Comité Ecuménico de Proyectos (www.cepecuador.org.ec).
Pablo
Ospina Peralta: Transiciones
en Ecuador (2006 – 2010). La revolución ciudadana, los cambios en el modelo de
acumulación, la redistribución y la democracia.
Págs. 37-40. Documento
distribuido en la Fundación Rosa
Luxemburgo para la región andina, con asiento en Quito. Grupo Permanente de Trabajo Alternativas al Desarrollo; Quito
2012. También se publicó con el auspicio de CEDLA, del Instituto de Estudios
Ecuatorianos, del Centro Internacional Miranda, con el título Cambios en el modelo de acumulación; La
Paz 2013. Págs. 184-277.
Jean Baudrillard: Cultura y simulacro. Traducido por
Pedro Rovira. Editorial Kairós, Barcelona, 1978. Págs 3-4.